Ahí Estaba Yo


Ahí estaba yo. Trepando por el muro. Buscando meticulosamente los puntos de apoyo. Abriéndome paso con mis manos desnudas. Adhiriéndolas a cuanto saliente encuentro a mi paso. Como un escalador de rocas con tendencia a sucumbir a la gula del café y los pastelitos mañaneros. Sacando partido del insinuado físico fondón para hacer contrapeso en este ascenso vertical. Tal cual, araña vespertina, ansiosa por extender su pegajosa tela en el lugar más elevado, donde la caza es más propicia que la ansiada a ras del frío suelo. Mirando furtivamente, a contraluz, hacia el supuesto final de este viaje, y esquivando al instante la mirada cegado por la insoportable luz solar que desciende proyectándose sobre mí sudoroso rostro. Como una deslumbrante y calurosa promesa que atrae y repele a la vez. Instándome a seguirla aunque sea a ciegas. Inclinándome subyugado ante dicha disfunción como un alma perdida en pos de un brote de esperanza.

Ahí estaba yo. Impulsándome con torpeza al ascender. Rompiéndome las uñas al apoyar mis dedos en ínfimos recovecos para no precipitarme al vacío. Sudando la gota gorda para no perder el equilibro en este vaivén ascendente de barrilete poco dado a estos menesteres. Ajeno a objetivos olímpicos. Dando lo mejor de mí para cumplir con el reto con cierta dignidad. Eludiendo pódiums de vanidades repelentes que no conducen más que a la amargura posterior al olvido. Pues nada es eterno. Todo cambia, excepto el modo de ser de las personas. Éstas, atrapadas en un bucle sin fin, siglo tras siglo, generación tras generación, sufren lo indecible y lo olvidan para volver a padecer, lo padecido, como si nunca lo hubiesen vivido.

Ahí estaba yo. Preguntándome qué pinto aquí en el reino de las almas huecas cuando la mía está plagada de sueños. Que divinidad cruel me desterró en este reino de eterna descompensación, donde los que tienen más se perpetúan en el regodeo de oprimir a los que tienen menos. ¿Qué lugar ocupo yo en este cruel tablero de juegos? Sumido en un mar de incógnitas. Embriagado por mi exceso de fantasías. Clavando mis dedos como garras en una superficie vertical por la que voy trepando hacia una cima que me reclama a gritos pero no atino a alcanzar.

Ahí estaba yo. Incontables horas más tarde. Finalizando la proeza. Haciendo el último y titánico esfuerzo por ubicarme sobre el muro. Sacudiéndome el polvo del ascenso. Secándome el sudor de mi frente e intentando recuperar el aliento. Recompensado por la visión de un horizonte azul levitando sobre un mar de esponjas blancas. Conservando el equilibrio en esta estrecha superficie como un equilibrista que hizo novillos en el cursillo de aprendizaje. Haciendo un barrido visual de mí entorno a modo de periscopio poco engrasado. Sin ver otra cosa más que la citada atmósfera. Trepar al cielo no es tarea fácil. Debería aportar algo más que cuatro nubes superpuestas sobre un fondo celeste, pues, por muy bella que sea esta estampa, si no aporta más contenido, el objetivo alcanzado más que compensar, descompensa, dejándote más vacío de espíritu que cuando te embarcaste en dicha empresa. ¿Qué clase de broma es esta? Tan huérfana de gracia como bien elaborada.

– ¡Janti Danti! ¡Janti Danti! – Grita una voz tras de mi.

Me vuelvo hacia la fuente de la llamada. Encarándome con un espejo que burlón me devuelve mi reflejo: – ¡Caramba! ¡Pero si soy un huevo con extremidades y faz atolondrada!

Sorprendido retrocedo y perdiendo el equilibrio. Ruedo por la cima del muro y me precipito al vacío.

Ahí estaba yo. Roto en mil pedazos. Con mis sueños esparcidos por doquier e incapaz de recomponerme. Viendo surgir de las sombras a cientos de criaturas diminutas que se apoderan de ellos y se los llevan felices de vuelta a sus cubículos. Privándome del único sustento que da sentido a mi vida. Sin poder llevar a cabo ni un leve amago para evitar dicho expolio. Y por si fuera poco. Cuando parecía que las cosas no podían ir peor. Siento unos golpecitos en mi hombro que me traen de vuelta a la realidad, acompañados del eco entrecortado de una voz lineal que me dice:

– “Caballero, el tiempo del examen se ha agotado. Por favor, deposite los impresos en la mesa que se halla junto a la salida, antes de partir.”

Ahí estaba yo. Más ido que perdido en el momento y lugar menos indicado.

Procesando…
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Allí Donde Nacen Los Sueños 10


Capítulo 10

La Reina Madre

Una vez dentro de la esfera, la niña se sienta en su regazo, y sin perder la espontaneidad, pregunta con una chispa de preocupación en la mirada: – ¿Por qué no se puede salir?No te asustes preciosa, solo bromeaba, tú si puedes salir pero no por el portal por el que has entrado. – Le responde la Reina. – ¡Ah bueno! – puntualiza la pequeña y casi sin respirar continua: – ¿Y ahora qué? Si lo deseas puedo contarte como llegue aquí – Propone la Reina Madre. – ¡Vale! Asiente la niña. – Pues que así sea – Sentencia la Reina antes de comenzar a narrar su historia.

Hace mucho tiempo…¿Empiezas como si fuera un cuento? – Interrumpe la niña – ¿No te gustan los cuentos? – Pregunta la Reina sin dejar de sonreír – ¡Me encantan los cuentos! – Responde la pequeña entusiasmada – Bueno, en ese caso, continuaré:

Hace mucho tiempo, eones atrás, las Melíferas proliferábamos por todo el universo. Ello era debido a la capacidad que poseían nuestras alas para transformar la materia. Por ejemplo, podíamos convertir la oscuridad en luz y emplear esta última para transformar la materia inorgánica en orgánica. Dichos procesos liberaban una gran cantidad de oxígeno molecular en la atmósfera, favoreciendo nuestro ciclo biológico y garantizando nuestra perpetuidad en un escalafón privilegiado de la escala evolutiva.

Durante siglos, fuimos las únicas poseedoras de esa capacidad. Por lo cual, se nos consideraba un eslabón imprescindible en el ciclo de la vida. No obstante, con el tiempo, empezaron a surgir de los caldos de cultivo de la madre naturaleza, nuevas entidades biológicamente menos complejas, que, al igual que nosotras, podían llevar a cabo dicha transformación. Simplificando el proceso de un modo hasta entonces inimaginable y relegándonos, en consecuencia, al olvido.

Marginadas por nuestro entorno natural, caímos inexorablemente en el foso de la extinción. Viéndonos obligadas a migrar a lugares excesivamente cálidos a los que nos resultaba imposible adaptarnos. Por lo que empezamos a enfermar progresivamente. Innumerables Melíferas, cuyos cuerpos putrefactos se resecaban al sol, sirvieron de pasto para las especies carroñeras. Es más, una gran mayoría permitían que el destino al que estaban abocadas les alcanzara sin oponer la más mínima resistencia.

En aquel entonces yo era joven y arrogante. No estaba dispuesta a morir. Era una idea estúpida. Lo prioritario era sobrevivir sin más planteamientos. Había que hacer algo, lo que fuera, para perpetuar la especie. Por lo que, con el fin de proteger a mi Reina Madre, me uní a un grupo de valientes con las que resistí durante años las inclemencias de las zonas cálidas, aferrada con obstinación a la vida.

Dicha situación duró más tiempo del que puedo recordar. Hasta que un día, en el que el sol nos flagelaba con una inusual y mortífera ola de calor, la Reina exhalo una bocanada de aire y se desplomó abandonando su mortaja. Llevándose consigo toda esperanza. Abatidas por su pérdida, el reducido grupo de Melíferas que aún permanecíamos a su lado, nos dispersamos.

Deambule día y noche sin rumbo por aquellos parajes secos y homogéneos. Perdida toda esperanza ¿que otra cosa podía hacer? Hallé refugio en una fría gruta. Me dejé caer sobre su abrupto suelo y deseé morir maldiciendo mi suerte.

Así, permanecí hasta que el sueño y el agotamiento se apoderaron de mí. 

No sé qué me impulsó a despertar. El caso, es que al abrir los ojos, descubrí maravillada una extraña luz en forma de esfera, levitando entre estalactitas fosilizadas, que brillaba como un sol minúsculo de color azul blanquecino. Movida por la curiosidad me dispuse a acercarme para tocarla, pero antes de que pudiera tan siquiera rozarla, alguien, oculto entre las sombras, interrumpió ese momento mágico dirigiéndose a mí con una voz profunda y fría retumbando en el interior de mi cabeza: – «¿Te gusta lo que ves?…«

Alertada, me volví para plantarle cara. Una Melífera que se precie de serlo no se amedrenta ante nada. – «¿Es hermosa verdad?…» – Sin bajar la guardia pregunté: – ¿Qué es? – «Es mi compensación. Tras nutrirme innumerables veces de los sueños de los durmientes, he conseguido hacerme lo suficientemente fuerte como para generar mis propias brechas en el Nexus. Ahora soy libre para viajar en el espacio y en el tiempo, más allá de sus barreras. Mi gratitud hacia mis benefactores involuntarios será eterna. Les brindaré las mejores imágenes de las infinitas posibilidades que se presentan actualmente para mí…«

Oculto en las sombras, me aburría con su pausado monólogo. Quizá, esperaba hallar en mí un confidente digno. Alguien capaz de entender la grandeza de su proeza. Pero yo no le escuchaba. Concentrada en localizar su ubicación, sondeaba todos los recovecos de la citada gruta con la clara intención de deshacerme de su compañía, no grata, al estilo poco ortodoxo de las Melíferas.

De ese modo, afinando mis sentidos, me repetía una y otra vez: – “Sigue hablando, sigue hablando…”

Anulando todo sonido que pudiese distraerme de mi objetivo, pude localizar, con una excelente precisión, su posición. Tan clara la tenia, que casi podía adivinar su silueta en la oscuridad, por lo que, sin dilación, me abalancé sobre la presa con mis garras y colmillos listos para desgarrar.

El impacto fue terriblemente doloroso. Mi frente sangraba. Aturdida lance varios zarpazos al vacío hasta comprender que no había nada a lo que golpear. No conseguía entender lo sucedido. Era imposible herrar un ataque tan claro. A no ser… que allí no hubiese nada. Aterrada pregunté: – ¡¿Quién eres?!

«No malgastes energía, las criaturas Súmmum somos intangibles.«

Retrocedí consciente de que no era rival para él. – ¿Qué quieres de mi? – Me atreví a decir con un hilo de voz.

– «No estoy aquí por ti.» – Respondió con indiferencia.

¿Pues que te ha traído a este lugar?

– «Su Luz. Su deliciosa luz».

– ¿Qué tiene de delicioso la luz?.

– «¡Todo! Para mi todo. Soy un ser de la oscuridad, la luz es mi nutriente, la necesito para vivir.«

Si tanto te gusta ¿porqué te escondes? sal fuera, date un festín.

– «¡Oh! sí, ojalá pudiera, pero no es posible. La cantidad que puedo asimilar es mínima. Lo normal es que me surta de la luz que emanan los sueños de los durmientes. No obstante, en uno de mis múltiples viajes, una de mis brechas me transportó aquí. Quede maravillado y a la vez saciado por lo que decidí volver siempre que me fuera posible.» 

– ¡Muéstrate! – Le desafié, hastiada de oír su verborrea. 

Entonces, de las sombras, surgió una criatura de piel albina, lisa y limpia, sin un solo vello en el cuerpo. Carecía de rostro. En su faz solo había unas cuencas en las que flotaban unas luces a modo de pupilas color rojo encendido. – ¿Qué eres?…

– «Ya te lo he dicho, soy una criatura Súmmum que se ha liberado de sus cadenas. Ahora estoy en todas partes y en ninguna. No hay secretos para mi. Todas las mentes están a mi disposición, inclusive la tuya. Sé que eres la última superviviente de tu especie. Siento tu coraje, tus ganas de vivir, y a la vez, tu desesperación al no poder burlar a la muerte. Sé que me matarías sin contemplaciones si pudieras y que abandonarte a tu suerte sería lo más sensato por mi parte. No obstante, tu belleza y tus cualidades como depredadora me fascinan. Es la primera vez que me cruzo con una forma de vida como la tuya. No puedo evitar sentir una ferviente admiración. Dichos sentimiento me hace vulnerable, pero no me importa. He decidido dejarme arrastrar por ellos y ayudarte a encontrar un lugar mejor en el que puedas perpetuar tu raza.» 

¡Déjate de rodeos. No me sobra el tiempo. Si quieres que te entienda has de ser más concreto! – 

– «Te ofrezco un mundo donde podrás tener una segunda oportunidad.«

¿Cómo se llega a ese lugar?

– «Para nacer primero has de morir. Te explico. Mi función en el orden de las cosas es el de reubicar almas perdidas a cambio de un poco de luz de vida latente en el aura de sus mortajas. Dicha función me otorga la capacidad de desplazar un alma de un lugar a otro siempre que ésta abandone su receptáculo. Podría recoger tu alma y depositarla en el Nexus un lugar en el que las almas abandonan su estado etéreo tomando forma corpórea.«

¿¡Deseas que muera!? ¡Te aseguro que no moriré sin lucha! – Mi amenaza provocó en él una carcajada sincera, luego aclaró: – «No esperaba menos de ti. La cuestión es que no te queda mucho tiempo de vida. Tú lo sabes y yo lo sé. Lo que te ofrezco no es tan descabellado. Deja que sea yo quien recoja tu alma antes de que el ángel oscuro se adueñe de ella y te aseguro que vivirás para siempre.«

Guardé silencio durante un buen rato sopesando los pros y los contras. Era evidente que esa criatura sabía demasiado sobre mi. Quizá fuera verdad eso de que estaba unida a todas las mentes. Aunque me costase creerlo. La cuestión era, que ciertamente, mis horas estaban contadas. Sólo me quedaba esperar a que llegara el fin.

– «¿Que decides guerrera?» – Inquirió, interrumpiendo mis cavilaciones con una impaciencia que no había notado hasta el momento.

¿Y si rechazo tu oferta?

– «Me iré sin más, no puedo transportar tu alma si no me das tu consentimiento, has de estar dispuesta a abandonar tu mortaja.«

– En ese caso… acepto. – Le respondí sin darle más vueltas.

Así pues, tan pronto terminé de hablar, experimenté una intensa sensación de vacío. El tiempo se ralentizó en una caída vertiginosa que me despojo del cuerpo y me sumió en las sombras. Donde una voz serena y distante me arrulló en mi lúgubre descenso hasta que el silencio se adueñó de todo. Justo en ese momento recuperé la conciencia y me aventure a abrir paulatinamente los ojos.

Oscuridad. Solo vi oscuridad. Horrorizada tome conciencia del engaño. Esa extraña criatura me había transportado a un lugar carente de vida, frío y oscuro. Flotando a la deriva en las profundidades de la nada sentí como se encogía mi alma. Desolada creí morir. Pero, por azar del destino, mis facultades innatas para transformar la materia acudieron en mi auxilio. Activándose tras percatarse de la hostilidad del entorno y creando una burbuja de oxígeno en cuyo núcleo me sentí a salvo. Pero no por mucho tiempo. La energía liberada en el proceso despertó a la oscuridad de su letargo. Ésta, aplastada contra las barreras gaseosas de mi refugio empezó a bullir, expeliendo unas pompas pastosas que al eclosionar liberaron cientos de minúsculas larvas blancas, que movidas por una imperiosa necesidad de consumir luz se abalanzan ansiosas sobre mí, envolviendo mi receptáculo.

Instintivamente, mis alas abiertas de par en par, absorbieron los componentes oscuros del agresor, devolviéndoselos transformados en una cegadora y ardiente andanada de energía lumínica. Incinerando a su paso a la avanzadilla de larvas, colisionando violentamente contra el punto de inflexión que nos separaba y generando chispas en un número indefinido de partículas que flotaban inertes en el entorno. Electrones y neutrones comenzaron a unirse formando átomos, y estos, a su vez, moléculas. Dando lugar a una masa de componentes más pesados que se aglutinaron hasta formar una costra rocosa extremadamente caliente sobre la superficie de la burbuja gaseosa que me envolvía.

Agotada me detuve para tomar aliento. Levitando en mi núcleo protector me percaté de lo holgada que había quedado la esfera en el ardor de la contienda. Las rocas que la envolvían se habían cristalizado debido a las altas temperaturas que el fenómeno había generado. Creando una barrera que la oscuridad no podía atravesar y concediéndome una tregua que me permitió caer rendida en un profundo sueño.

Nuevas e incontables larvas blancas remplazaban a las que morían intentando acceder al interior. Impactaban en el exterior, como una lluvia de granizo, en una segunda y definitiva oleada que parecía no acabar. Consiguiendo que nuevamente se activase de forma instintiva, a modo de defensa, la capacidad de mis alas para transformar la materia. Generando un cóctel primigenio de gases, que transcurrido un tiempo atrapados en el interior de mi prisión, dieron lugar a una especie de atmósfera. Facilitando la aparición de agua, la cual dio lugar al nacimiento de organismos que fueron a su vez modificando el ambiente, evolucionando y reproduciéndose hasta llegar a conformar el Nexus que ahora conoces.

Durante la segunda andanada permanecí sumida en un profundo letargo. Al despertar, quedé maravillada con la belleza del lugar que había surgido de la nada. Aturdida aún por el largo descanso, me llevé la mano a la sien, cerré los ojos y dejé escapar una bocanada de aire. Acto seguido decidí explorar el nuevo mundo que se mostraba ante mí. Pero… ¡horror! no pude. Atónita lo intente una y otra vez, hasta comprender que había quedado confinada en el núcleo del Nexus.

– «¡Eres fabulosa! Sabía que no me defraudarías.» – Me dijo el ser paliducho y rastrero mientras aplaudía orgulloso de sí mismo.

– ¡Tú sabías que esto pasaría! ¡Me Mentiste! – Le imputé encolerizada, aunque a él, más que ofenderle parecía alegarle, animandole a seguir hablando: – «Así es. No ha sido fácil, lo admito. Omití algunos detalles pero no te mentí. Dije que te traería al Nexus y así lo he hecho.«

– ¡De que Nexus me hablas! ¡Antes de que llegara aquí no había nada! ¡Lo que ahora ves ha surgido con mi llegada! – Le reproché encolerizada pero aquel ser nunca se alteraba. Solo me observaba y hablaba con una monotonía que exacerbaba: – «Esa era la idea. La oscuridad es la antesala de la luz. Es un campo en el que se cultivan sueños y yo el jardinero encargado de recolectar y plantar las semillas que dan lugar a esos sueño. No todas las almas brotan como ha brotado la tuya. Las entidades, en cuestión, han de reunir ciertas característica que no resultan fáciles de hallar. A mi modo de ver, tu capacidad para transformar la materia es de un valor incalculable, y el hecho de que hayas aceptado mi propuesta me llena de satisfacción. Ya que, la luz que brota de ti me servirá de abono para cultivar nuevas maravillas.«

– ¡Te odio! ¡Cuando me libere pagaras caro tu atrevimiento!

– «Es posible. He cumplido con mi parte. Ahora te toca ti cumplir con la tuya.«

– ¡Maldito! ¡Deja de hablar con acertijos!

– «Tranquila, si he de serte sincero, no tengo ningún interés en ti, en particular. Una entidad que se hace llamar, Madre, se las apañó para contactar conmigo y proponerme un suculento pacto. Yo le hacía el favor de traerte al Nexus, y ella, a cambio, me permitía quedarme con toda la luz que generases. Cómo iba a negarme. Simplemente no podía. No entiendes lo que significa la luz para mi.«

– ¿¡Por qué quería esa tal, Madre, que estuviera aquí!?

– «Solo sé, que tu presencia mantiene abierto el portal al Nexus.  El por qué lo desconozco, lo que sí te puedo asegurar, es que, tarde o temprano, todo esto va a generar consecuencias. Y auguro que no van a ser buenas para nadie.«

– ¡Si eso es cierto por qué no me liberas!

– «Tengo mis motivos. Ahora he de irme. Volveré siempre que pueda a nutrirme de tu luz.» 

Así, sin el más mínimo remordimiento desapareció por una brecha en el plano de la realidad. Dejándome sola y atrapada en la esfera, pidiéndole a gritos que me liberara hasta caer rendida, sin voz y sin fuerzas…

La Reina Madre detiene de forma repentina su relato. Se queda en silencio con la mirada perdida durante un rato. Luego, mira sonriendo con ternura a la niña que se ha dormido en su regazo. Acaricia su cabello pelirrojo y le dice en voz baja:  – Cuando despiertes comenzaras una nueva vida, mi pequeña elegida.

Procesando…
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La Roca


Esta es la historia de un vinicultor que vivía al pie de un volcán. Sus tierras tenían la particularidad de nacer en la base del mismo y extenderse algunas hectáreas en ascensión al cráter. Justo en la mitad de las susodichas había una enorme roca de piedra caliza que se elevaba como un gigantesco menhir, marcando la línea divisoria que delimitaba las tierras cultivadas de las que aún no lo estaban. Y es que, el vinicultor, no estaba dispuesto a ceder ante la citada roca. Soñaba con dejar sus tierras diáfanas antes de terminar de cubrirlas de vides, pero el obstáculo anteriormente expuesto enturbiaba sus aspiraciones, por lo que le había declarado la guerra encarecidamente.

Todas las madrugadas, antes de salir el sol, dedicaba una buena parte de su tiempo a picotear la base de la roca, con la esperanza de que ese tronco pétreo cediera en cualquier momento y cayera vencido al suelo. Cuanto deseaba que llegase ese día. El día del fin del adversario. El día en el que sus tierras no se vieran mutiladas por ese miembro hostil para el cultivo.

Su esposa, una mujer humilde y trabajadora, llena de supersticiones, pensaba que la roca era propiedad de los duendes del fuego (unos personajes surgidos de las leyendas populares del lugar) y que su marido, con esa actitud, los estaba ofendiendo, por lo que el día menos pensado se vengarían por su osadía.

Así transcurrían sus días. Él plantando cara a golpes de pico a su odiada roca y ella pidiéndole que dejase las cosas como estaban, que si los duendes la habían puesto ahí, sería por algo. Enzarzados en posturas irreconciliables convencidos de estar en posesión de la verdad, se distanciaban absurdamente uno del otro, inmersos en sus rutinas cotidianas.

Un buendía el volcán se levantó gruñón. Puestos a discutir él tenía todas las de ganar. El vinicultor, a pesar de oír el tronar de sus rugidos no se amedrento, se apoyó el pico en el hombro (tal cual soldado de plomo) y partió de madrugada, desfilando rumbo a su obsesión. Haciendo oídos sordos a las súplicas de su mujer, que estaba convencida de que su marido había provocado la ira de los duendes del fuego.

 El sonido del pico contra la roca apenas era audible debido a los crujidos del volcán. No obstante, indiferente a los acontecimientos, nuestro tozudo protagonista no cedió ni un ápice en su fijación y continuó picando con las miras puestas en las hectáreas que iba a recuperar.

De súbito, la tierra tembló con una violencia tal, que el inmenso menhir se doblegó como una brizna al viento, cayendo, a plomo, sobre el vinicultor, sepultándolo por completo. Cuando el seísmo cesó nadie podría haber dicho que alguien había estado ahí.

Las horas transcurrieron y el volcán se calmó. Un silencio repentino pareció apoderarse de todo durante unos minutos; hasta ser roto por el canto de unos pájaros y el susurro de la brisa. Haciendo retornar a la sosegada atmósfera que acostumbra reinar en estos parajes.

Llegada la tarde, la mujer del vinicultor, viendo que no volvía, se aventuró a ir en su busca.

Al llegar a la zona de la roca se sobresaltó al verla derribada. Miró en todas las direcciones buscando a su marido pero no lo hallo. Guardó silencio un tiempo, hasta que una expresión de horror se dibujó en su cara, y con la misma, salió corriendo. Huyendo del lugar como alma que lleva el diablo.

Un mes más tarde, volvió al lugar acompañada por dos hombres. Se detuvieron delante de la roca abatida y ella les comento algo en voz baja señalando un costado de la misma.

Los hombres, que venían con unos fardos, sacaron de ellos sendos escoplo y martillo, y acto seguido, esculpieron en la piedra, acorde con los ecos de sus golpes en la distancia, el siguiente escrito:

“AQUÍ FUE ABDUCIDO POR LOS DUENDES DEL FUEGO EL OBSTINADO DE MI MARIDO. EL DÍA QUE SEA LIBERADO, ESPERO QUE LEA ESTO, Y ENTIENDA, QUE YO TENÍA RAZÓN Y EL NO”

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Allí Donde Nacen Los Sueños 9º


Capítulo 9

Los Súmmum

Oscuridad, solo veo oscuridad. Una oscuridad a la que curiosamente empiezo a acostumbrarme. Inerte, desciendo en ella cabeza abajo, con los brazos en cruz presa de una caída libre que augura no tener fin. Así, desvalido, me dejo arrastrar por ella hasta ser reclamado (como es habitual en éste periplo) por una luz cegadora que tira enérgicamente de mí persona.

Acto seguido, abro mis párpados a más no poder, alzándome a toda prisa de un frío y húmedo suelo. Tambaleándome, completamente mareado, busco un punto de referencia que me ayude a recuperar la estabilidad. Abrumado por un intenso olor a vegetación y sacudido por cientos de sonidos de insectos, aves y de más criaturas que no acierto a distinguir, soy inesperadamente agarrado (antes de volver a abrazar el suelo) por un borrón blanco surgido repentinamente del difuso mar de colores que enturbia mi visión. Clavando mis atolondradas pupilas en él, consigo que las cosas vayan tomando forma lentamente ante mis ojos. Delatando en el proceso el aspecto de mi misterioso benefactor.

Frente a mí, sujetándome por los hombros, se dibuja una curiosa criatura de aspecto humanoide, llamativa piel albina y centelleantes pupilas de color rojo encendido, flotando enigmáticas en sendos huecos oculares como único rasgo facial.

– ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? – Me animo a preguntar, ya que no parece haber nadie más a quien interrogar.

“¿Inconsciente? No estaba inconsciente” – Responde directamente en mi mente, haciéndome sentir una incómoda punzada en la sien que me desequilibra momentáneamente. – ¡Uf! No me hable tan alto, aún me estoy recuperando. – Me quejo, en lo que la criatura deja de sostenerme y retrocede unos pasos, observándome de arriba abajo en silencio.

Suspicaz con dicha respuesta, apuro a indagar: – ¿Qué le hace cree que no estaba inconsciente?

– “Pues, porque no estaba. Ha surgido de la nada, justo ahí, donde está ahora. No obstante, dicha cuestión es irrelevante, lo que realmente cuenta, es que ha llegado.” – Me aclara con cierto entusiasmo.

– ¡¿Me esperaba?! – Dejo escapar sorprendido

– “Por su puesto, ella está a punto de llegar.” – Revela, burlona, llevándose las manos a las caderas y dando un grotesco paseíto, bamboleando sus escuálidas nalgas.

– ¿No le comprendo? – Insisto.

– “No tiene que comprender, solo tiene que esperar. – Puntualiza con aire quisquilloso.

– ¿Con quien tengo el gusto de hablar?… – Pregunto, armándome de paciencia. Ya que en este inverosímil lugar todos parecen estar un poco locos.

– “Conmigo…” – Responde sobre la marcha antes de contraatacar con otra pregunta: – “¿Es usted realmente lo que aparenta ser?” 

– Creo que me he perdido ¿De qué estamos hablando? 

– “Aparentemente, usted, es un Súmmum al igual que yo…” 

¿Qué le hace pensar eso? 

– “Ve esa charca, justo donde muere el riachuelo, mírese en ella y entenderá lo que le digo.” 

Así lo hago, y para mi sorpresa el rostro que se refleja en las aguas es idéntico al de la criatura albina. Salvo por un pequeño detalle, yo tengo boca y ella no. – Esto es muy confuso, tenía la certeza de ser humano.

– “Si le sirve de consuelo, todos llegamos al Nexus creyendo ser lo que no somos. Aún así, no se preocupe, pronto saldremos de dudas, ella está a punto de llegar.”

¿Y he de quedarme aquí a esperarla? 

– “Sí, es lo propio, es de suponer que siendo un Súmmum la acompañe al Sendero de las Almas.” 

¿Pero qué es un Súmmum? 

– “Digamos que somos criaturas etéreas que sacamos partido de las brechas que abren los sueños en ésta realidad.”

Yo no hago tal cosa y tampoco soy etéreo.

– “No actúa así porque ha entrado en el Nexus y en él nada es etéreo.” 

¡Vaya! Se le ve puesto en la materia.

– “No tiene mérito alguno, me limito a transmitirle lo que sé. Aquí todos nos conocen, de hecho, hay quien cree que el Nexus existe porque existimos nosotros. Es una idea de lo más extravagante, lo sé. Inclusive hay quién se atreve a afirmar que el Nexus y los Súmmum forman una especie de círculo simbiótico. Personalmente, dicha suposición me resulta inconcebible.” 

Quisiera saber más, si no le importa. 

– “Su ansia de adquirir conocimiento me conmueve. Resulta de lo más halagadora. Sin duda, merece que haga un inciso en mis tareas para poder ilustrarle como es debido. Un educador, que se precie de serlo, abordaría el tema empezando por los orígenes. Así pues, ha de saber que, por increíble que resulte, los Súmmum nacemos en las tinieblas del borde exterior del Nexus. Allí donde se extingue toda forma de vida. Una cualidad única que nos dota de la capacidad de atravesar el manto de la Nada. Algo inimaginable, ya que, salvo la Oscuridad que habita en ella, nadie más puede franquear sus fronteras…”

¡¿La Oscuridad?! 

– “Veo que aún la teme. Es nuestro enemigo natural. Un depredador que ansía los nutrientes luminosos que sustraemos de los sueños. No se preocupe. Mientras permanezca dentro del Nexus estará a salvo.”

Pero si la Oscuridad es dueña de las sombras ¿Cómo voy a eludirla?…

– “Cierto es que uno nunca está exento de peligro, sin embargo, ha de tener presente que sus capacidades ahora rinden al cien por cien y que las sombras no son lo suficientemente fuertes como para arrastrarle hacia la Oscuridad. Yo, en su lugar, me tomaría un cauteloso respiro.”

– ¿Está usted seguro?…

“¡Por su puesto! Pero no nos desviemos de la cuestión que ahora nos atañe. Como Súmmum  ha de saber, que a partir del momento que tomamos conciencia de nuestra existencia, nos abalanzamos sin reparos sobre cualquier luz que se cruce en nuestro camino. Estas, se manifiestan cuando el caótico mundo de los sueño rasga el velo de nuestra oscura realidad, en el borde exterior del Nexus, generando brechas por las que, la susodicha, se vierte en forma de destellos. La simple visión de uno de ellos dispara nuestros instintos, pues, de modo innato, sabemos que es la ubicación de una mente pensante, y por consiguiente, una fuente segura de nutrientes.”

Pero, si la oscuridad es nuestro entorno natural ¿cómo puede ser nuestro enemigo?

“Así son las cosas. Hay que estar muy avispados. Adquirida la consciencia, no conviene prolongar la presencia en la Oscuridad, pues ya no le somos indiferentes. Si no nos movemos deprisa podría succionar hasta la ultima gota de luz que hallamos podido sustraer, borrando por completo nuestros recuerdos y devolviéndonos a la nada de la que emergemos sin más…” 

(La verdad sea dicha, llegado un punto, empiezo a arrepentirme de haberle animado a hablar. Para no tener boca se desenvuelve de maravilla. Pero bueno, dadas las circunstancias, qué otra cosa puedo hacer más que escuchar.)

–“Sí, fuera del Nexus, somos muy vulnerables.”– Continúa explicándome – “Hay dos cosas que siempre hemos de tener presente. La primera, es que si nos excedemos en nuestra estancia en una mente pensante corremos el riesgo de ser contaminados por la identidad del sujeto ocupado. Pudiendo, inclusive, contribuir a que éste se contamine con recuerdos ajenos que hemos succionado de otras entidades. Y la segunda, es que nuestra capacidad de almacenamiento mental aún es muy limitada. Para recordar una cosa hemos de olvidar otra. Si no somos lo suficientemente fuertes para soportar la presión que ejerce la confusa melopea que genera el aluvión de recuerdos, nos arriesgamos a perder la cordura. Y si eso pasara, nos corromperíamos, dejaríamos de alimentarnos de sueños para alimentarnos de pesadillas, y las pesadillas, son aliadas de las sombras. Sería un viaje sin retorno a las profundidades de la temida Oscuridad. Y lo que es peor aún. Esa regresión posee un poder de tracción tan poderoso, que podría contaminar y arrastrar consigo también a la mente pensante ocupada.”

– ¡Eso es espantoso!

“Sí lo es. Pero cálmate, los tiempos saltando de mente en mente sustrayendo el elixir anhelado y procurando, a toda costa, enlazar una mente con otra, sumidos en un periplo evolutivo entre luces y sombras hasta obtener la fuerza requerida para acceder al corazón del Nexus han quedado atrás. Esta, es otra vida…”

¡¿Pero qué clase de broma es esta?! ¡Me has soltado toda esa verborrea solo para decirme que aquí, en el Nexus, no tengo de qué preocuparme.!

“Bueno, tú me has preguntado”– Finaliza encogiéndose de hombros.

¡NO LE ESCUCHES! ¡SOLO BUSCA CONFUNDIRTE!. – Me grita, Ébano, surgida de no sé donde.

¿Es ella la que tenía que llegar? – Se me ocurre preguntar.

– “No…” – Contesta el Súmmum.

Repentinamente surge un destello de la nada, dando lugar a la apertura de una brecha en el plano de esta realidad. De ella, cae una mujer desnuda de larga melena pelirroja. La cual, tras colisionar boca abajo contra el suelo, se incorpora escupiendo algunas briznas de hierba. Y mientras rumia malhumorada por lo bajo algunas maldiciones se percata de nuestra presencia, clavándonos la mirada enfurecida.

Al tiempo, en un visto y no visto, el Súmmum, dando un poderoso salto, se lanza en picado dentro de la brecha antes de que esta se cierre. Dejándome un doloroso mensaje retumbando en mi cabeza: – “¡Ahora sé que eres!”.

Ébano, por su parte, deja escapar una maldición y se lanza como una exhalación tras él. Consiguiendo entrar en la misma por los pelos.

Una vez se cierra la brecha se hace el silencio. Miro a la mujer y ella me devuelve la mirada tan desconcertada como yo. De pronto, siento crujir mi piel como si fuera cáscara de huevo. Me miro descubriendo que tengo cientos de grietas por todo mi cuerpo. Pruebo a quitar algunas costras de mi mano. Descubriendo que, debajo, mi piel es sonrosada. Raudo me lanzo a la charca ante la mirada atónita de la pelirroja con el fin de quitarme la fina carcasa que me cubre.

Cuando salgo del agua y observo su superficie cristalina, hallo reflejado el rostro de un joven de melena ondulada negra. Me giro para hablar con la mujer, y esta, grita sorprendida: – ¡¡Te conozco!!

Procesando…
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El Disléxico Cabalga Solo


“Esta Bitácora la escribí especialmente para mí anterior blog. Un blog centrado en la Dislexia. Lo publico con ciertas reservas ya que esa no es la línea que me apetece llevar en esta nueva aventura. No obstante, un antiguo seguidor y amigo me ha pedido que la vuelva a subir a la red. Cosa que como veis he hecho en honor a la amistad. En fin, no se bien de que puede servir. Solo espero que esto no me estigmatice ya que lo que me apetece ahora es compartir mis relatos, no hablar de Dislexia.”

La siguiente bítacora fué publicada el 22/07/2011 https://www.safecreative.org/1107229723389

El disléxico cabalga solo. No es que no le guste estar con otras personas, sino que la mayoría no suelen tener ni paciencia, ni ganas de estar con él. Así es la realidad. Lo normal es que le despachen con un simple y apresurado: “Haber estudiado más”. Acto que lo relega a los límites de la marginalidad, pues es demasiado listo para ser “estúpido” y se siente demasiado estúpido para ser “listo”. De ese modo este viajero accidental se convierte en un “Llanero Solitario” que cabalga en tierra de nadie, esquivando burlas y comentarios despectivos (de listos por un lado y de estúpidos por otro) con suma resignación.

Desde que tengo uso de razón he arrastrado esa pesada carga. Recuerdo que en el primer colegio en el que estuve me mantuvieron en párvulo más tiempo del estipulado, por la pereza que les suponía tener que orientar a un niño que solo requería un enfoque diferente de los conocimientos a asimilar.

El caso, es que los supuestos “Docentes” de ese centro, por increíble que parezca, se dejaron ir la friolera de quince largos meses. Cuando se percataron de su desastroso despiste, de que me habían dejado abandonado en el aula de párvulo por pura ineptitud, se apresuraron a subsanar el “despiste” incorporándome, con carácter inmediato, en el aula de 2º de EGB.

(Entiéndase que yo en todo ese tiempo solo había realizado actividades propias de párvulo. Es más, estos individuos me incorporaron en el aula de 2º a principios del tercer trimestre, por lo que podréis imaginar las desastrosas consecuencias).

El mismo día de mi incorporación, la “Docente”, me envió a la pizarra junto con otros niños para que realizara una sencilla división. Todos la hicieron, menos yo. Estaba aterrado, no sabía que debía hacer, nadie me lo había explicado.

Como es lógico, me eternice ante la pizarra observando la división, quizá, esperando que por gracia divina el conocimiento se depositara en mí. Cosa que no pasó.

La “Docente”, perturbadamente molesta por mi falta de colaboración, cogió un palo (que en un tiempo había formado parte de una silla) y sin mediar palabra, comenzó a asestarme golpes con él mientras repetía al compás: – Divide, divide, divide…

Pues no, ese día no aprendí a dividir. Ahora bien, la idea de que la figura del profesor era sinónimo de castigo quedó resonando en mis cavidades neuronales el resto de mi etapa escolar. Ese suceso, me convirtió en un niño que no confiaba en los profesores. Un niño, que aprendió a huir de ellos, a evitarlos a toda costa. Que jamás levantó la mano para hacer una pregunta por miedo a las consecuencias. Un niño, con un único objetivo, no llamar la atención, pasar desapercibido, no destacar para no atraer la atención sobre si mismo. Que no reparasen en mí, se convirtió en mi única y constante prioridad.

Al finalizar aquella dolorosa jornada. Ya de noche. Arropado en mi cama. Le pedí a Dios morir antes del amanecer para no tener que despertar y volver a aquel horrible lugar. Pero no fue así… Tuve que soportar esa situación hasta acabar el curso.

Gracias a Dios, algunos padres supieron ver lo que pasaba y tomaron medidas al respecto. Consiguiendo que cerraran el centro, pues, por lo visto, ninguno de los “Docentes” que componían el elenco del profesorado, disponía de la titulación pertinente para ejercer como tales.

Que se haga justicia siempre es de agradecer. No obstante, el daño ya estaba hecho. Quedé eternamente encasillado como VAGO, no importaba que sacara sobresalientes en el resto de las asignaturas. Si no era capaz de superar mis dificultades para desenvolverme con los números y las letras, jamás dejaría de ser un VAGO. Créanme cuando les digo, que no es una tarea fácil. Llevo varios días revisando el texto que ahora leéis, y no importa el tiempo que empleé, ni las veces que lo relea, siempre encuentro errores. Es frustrante no tener control sobre algo que sabes que puedes hacer bien. Es un auténtico calvario, os lo aseguro. ¿Cuál es el secreto? ¿Por qué unos sí y otros no? Llevo haciendo estas preguntas toda la vida sin obtener respuesta. El caso, es que no soy del grupo de los que se proclaman “normales”. Pertenezco al de los raritos, los anómalos, y disimularlo no sirve de nada. Siempre va haber algo que me delate. Este blog es una buena prueba de ello. Lo concebí con la finalidad de obligarme a mejorar mis deficiencias. Consciente de que se me haría dura la batalla. En estos momentos, dudo de todo, hasta del lugar que ha de ocupar un punto o una coma. Demasiadas lagunas. Demasiadas cosas que debí aprender y no aprendí.

Aún hoy, después de haberme enfrentado, una y otra vez a mis recuerdos. Cuando alguien me coge con la guardia baja, haciéndome una pregunta directa con la que no cuento, me bloqueo. Mi mente se queda en blanco. No importa si sé la respuesta o no. Simplemente, me bloqueo. Es una sensación extraña. Como si aquel niño asustado aún habitara en mí. Escondido en algún recóndito lugar, incapaz de salir por miedo a lo que pudiera pasar.

Nunca he ocultado, ni ocultaré, dichas dificultades. La intención no es esconderlas sino tratar de corregirlas. Soy transparente. Aquel que no sepa verlas es porque no las quiere ver. Los hay que se rasgan las vestiduras ante ellas, rechazándome, amplia y rotundamente, como si temieran que se les fuese a pegar algo. Otros, permanecen aparentemente impasibles. Amables y correctos simulan no percatarse de ellas, sin embargo, la decepción se dibuja en sus miradas. A pesar de ello, yo no experimento malestar alguno, pues sé muy bien quien soy. El malestar, es algo que solo experimentan mis detractores al dejarse arrastrar por sus prejuicios.

Vamos a ver, tal como lo veo yo, estoy tocado pero no hundido. Rebozo optimismo. Esa ha sido siempre mi mejor baza. He procurado mantener siempre mi dignidad intacta. Autodidacta por necesidad, no me he privado de hacer las cosas que me gustan, aunque las haya tenido que hacer solo, adoptando la actitud, ya citada, de “Llanero Solitario”, que se parte de risa cada vez que ha de recitar la consabida frase de estos cowboys de medio pelo: “¡Yo cabalgo solo forastero!”.

Estoy convencido de que si hubiera recibido un mínimo de atención en mi infancia, ahora brillaría con el doble de intensidad y nadie notaría mi ineludible Dislexia.

Al disléxico le sobra empatía, es muy tolerante con los demás pero terriblemente intolerante consigo mismo. No nos podemos permitir el lujo de pasar por alto nuestra anomalía (si es que se le puede llamar así). Eso nos hace tener un afán de superación por encima de la media. Porque el disléxico se sabe inteligente, y ansia el reconocimiento y la aceptación que siempre le fueron negados.

Hoy en día, embriagado por la dicha de ser Padre. No puedo evitar verme reflejado en mis hijos. No puedo evitar recordar al niño que fui. No puedo evitar adorarlos, pues, poseen mi vitalidad, mi brillantes, mi alegría, mi espontaneidad… en resumen, están llenos de mi persona. Por último, y no menos importante, no puedo evitar sentirme inmensamente agradecido de tenerlos; porque a través de ellos, cuando los protejo, los educo, los quiero, los abrazo; estoy retrocediendo en el tiempo. Estoy derribando barreras. Estoy abriéndome camino hacia ese oculto lugar, donde mi niño interior permanece escondido y asustado. Me estoy acercando a él. Con cada gesto, con cada palabra. Hasta el punto de casi tocarlo. Hasta el punto de casi abrazarlo. Sé que el gran día se dibuja cercano. Y cuando ese día llegue, estrecharé con fuerza a ese niño entre mis brazos, y diré, (volcando en él toda la atención que no le supieron dar) – No sufras, pequeño mío, ahora todo va a salir bien, porque yo estoy contigo, siempre lo he estado, nunca has estado solo.


Como comenté al principio, la Dislexia no es la línea que me apetece llevar en este nuevo blog. Para los que añoréis mi antiguo blog os dejo, debajo del texto, dos enlaces que os pueden mantener informados sobre ese tema. Yo ya no deseo seguir escribiendo sobre ello. Ya que, la Dislexia, no es algo que me caracterice como persona, solo es un condicionante con el que me ha tocado vivir.

La Dislexia net
Infodis

Procesando…
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Allí Donde Nacen Los Sueños 8º


Capítulo 8

El Único

La Sra. Santa, se retuerce en su lecho presa de una pesadilla reincidente que extiende sus tentáculos por su psique, como raíces virulentas contaminando hasta las fibras más finas de sus enlaces neuronales. Cada noche que la padece se ve más inmersa en ella, hallándose peligrosamente incapaz de liberarse. Agita sus brazos en busca de una fuente de luz, un destello de esperanza que la libere de ese horrible reino al que se ve irremediablemente abocada. Empapada en sudor, abre los ojos de modo desorbitado, emitiendo un angustioso grito de terror. Al instante, sus seguidoras de confianza irrumpen en el aposento. Consternadas por el evidente deterioro psíquico de la elegida se apresuran a protegerla de si misma. Ésta, aturdida pero despierta, ordena con tono áspero que la dejen sola. Lo cual hacen sin rechistar, salvo una, que antes de partir se le aproxima reverente y le susurra al oído: – Nuestra Sra. Santa, ha de saber que la cuidadora de la bestia la espera en la capilla poligonal. – Un aire de satisfacción ilumina levemente su rostro, dibujando una estúpida mueca, a modo de sonrisa, en la comisura de sus labios. Pero no se pronuncia, inmóvil, observa como sus seguidoras abandonan la estancia.

Una vez se silencian los pasos de las susodichas tras el leve zumbido de las puertas mecánicas, se pone en pie animada, recordando el placentero momento vivido al hacer gala de su poder ante la estirada mosquita muerta de El Pilar del Cielo.

Transcurrida una hora, se persona en la capilla poligonal, como si tal cosa, acompañada de su séquito habitual.

Sara, la aguarda con sosiego, ensimismada en la apreciación de un bello fresco situado en una de las paredes de la misma. En el cual, se observa a un ser similar a Damián precipitándose al vacío. Superpuesto, sobre varios rostros femeninos en el centro de un coro de manos, dando a entender, que lo acogen de algún modo: – Un hallazgo fascinante – deja escapar de sus labios, sujetando abstraída sus psicodélicas gafas de pasta por una de sus patas con una de sus manos, mientras analiza la textura de los trazos con la nariz casi pegada a la obra.

La Sra. Santa, convencida de que ésta se halla desprevenida, arremete verbalmente con arrogancia desmedida: – ¿Te interesas por el arte o por las leyendas antiguas?… – Pero Sara, haciendo gala de la inexpresividad que tanto la caracteriza, no se inmuta. Limitándose a sugerirle, sin despegar la mirada del fresco: – Conviene que hablemos a solas. – Esto la descompone, ya que en su primer encuentro, era evidente, que su mera presencia la contrariaba.

Tras hacer una pausa, sumida en un inquietante silencio, ordena a sus Harimaguadas que se retiren con un gesto aburrido de su mano, sin perder de vista a su misteriosa visita.

Una vez solas, Sara, rompe el hielo dejando caer con la mayor naturalidad: – Que hermoso era bailar desnudas bajo la lluvia. – Dicho comentario, se ensarta en el pecho de la Sra. Santa como una afilada daga. Pálida, hace un amago de volverse en busca del apoyo de sus protectoras, pero al instante, recuerda que hizo que se retiraran. Terriblemente incomoda, siente palpitar su corazón de un modo denigrante para su estatus, y arrastrada por una bocanada de pura cólera, agrieta el rictus de enfado perpetuo en su bello rostro hasta el punto de cortar el aire.

Sin variar la modulación serena de su voz, Sara, continúa: – ¿No soportas ser vulnerable?… Cálmate, todas lo somos. – ¡No voy a calmarme! ¡Exijo que aclares tu insinuación! – Deja escapar la Sra. Santa encolerizada. – No insinúo, era hermoso bailar juntas bajo la lluvia, pero claro, después de someterte a tantas renovaciones ya no lo recuerdas. – La Sra. Santa, hace un esfuerzo en observar con detenimiento el rostro de Sara, sin hallar en él, nada que le resulte familiar, por lo cual, aclara: – Ese es uno de mis recuerdos más íntimos. Siempre dance sola, nunca en compañía. ¿Qué intentas conseguir con este juego? – No tiene sentido seguir hablando. – Finaliza Sara, acercándose a ella y deteniéndose a un palmo de su bello rostro. La Sra. Santa retrocede un paso desconcertada, pero Sara avanza igualmente, manteniendo la intima distancia, mientras le hace saber: – Lamento enormemente que no me recuerdes. No obstante, deseo que sepas que tus secretos siempre han estado a salvo conmigo – Luego, cogiéndole la mano con ternura, deposita en ella una mini-cápsula de información y se aleja, dirigiéndose a la salida. Sin embargo, antes de abandonar la capilla poligonal definitivamente, se vuelve y le pregunta: – ¿Aún sigues con tus pesadillas? – La Sra. Santa, se ve incapaz de gesticular palabra. Si la intención de la mosquita muerta, era la de devolverle el mal trago que le hizo pasar en El Pilar del Cielo, podía darse por satisfecha. Pero Sara, no solo no da muestras de disfrutar con su humillación, sino que no se detiene ahí, añadiendo: – Lamentablemente, San, nunca te dejara en paz. Te recomiendo que visiones la mini-cápsula en la más estricta intimidad. Me pediste que te la entregara, una vez hubieses vuelto de tu décimo-quinta renovación, y así lo he hecho. – ¿Y quién me asegura que no la has visionado?… – Interroga la Sra. Santa, observando la mini-cápsula en la palma de su mano. Pero solo obtiene un silencio prolongado como respuesta. A razón del cual, alza la mirada con una chispa inquisidora en sus pupilas, dispuesta a taladrar el rostro imperturbable de la mosquita muerta, pero ésta, ya no está.

En tanto, en el otro extremo de la mega acrópolis Centauro, Damián, se debate en un mar de incógnitas que arremeten contra él, haciendo añicos su sosiego. Desde la desaparición de Madre, su situación, se ha tornado susceptiblemente peligrosa. Las Harimaguadas no le gustan, y Sara, no le tiene aprecio. Por primera vez en su vida siente pánico. – ¡Madre! ¡Madre! ¡¿Por qué me has abandonado?! – Grita con todas sus fuerzas, dejándose caer de rodillas, incapaz de apaciguar el nudo que le oprime el pecho. No comprende porqué se siente tan mal. Abrumado por esta sobrecarga de emociones desconocidas para él, se despoja de su kimono blanco, dejándolo caer al suelo y se mete en la ducha termal. Permitiendo que el agua a presión le rocíe de arriba a bajo con fuerza mientras intenta despejar su castigada mente.

Acto seguido, la puerta hexagonal se abre, pero… para su sorpresa, no es Sara la que entra. Raudo, sale de la ducha y se esconde en una zona poco iluminada de la estancia. – ¿Hola?… – Pregunta una voz femenina – ¡¿Quién eres?! – Interroga Damián desde las sombras. La atmósfera de la estancia, se enralece con un tenso silencio sostenido, que es moderado, por el quebrado sonido de la voz tímida y atolondrada de la inesperada visitante: – ¡No me haga daño! ¡Me han ordenado que le entregue su dosis diaria de licor de vida!… – Damián, dando unos tímidos pasos, sale de su improvisado refugio, desnudo y empapado. Con cientos de gotas cristalinas de agua salada descendiendo por su cuerpo, ajeno por completo al pudor inherente a la madures y clavando, sus inocentes y analíticos ojos claros, en la nueva portadora del licor.

La carga erótica de la escena, genera en la susodicha, un shock de lo más inesperado. Ruborizada y temblorosa, comienza a gritar sin tregua, dejando caer la bandeja con el licor de vida al suelo. Torpeza que la descompone aun más por temor a un posible castigo. Por lo que, patéticamente encogida en una de las esquinas laterales de la puerta hexagonal, dobla su histeria gritando con más fuerza y cubriéndose la cabeza con ambos brazos.

Damián, percatándose de que ésta, inconscientemente, obstruye con su cuerpo el cierre automático de la citada puerta, no lo duda. Suma ese fortuito detalle al desconcertante y confuso comportamiento de la misma, y saca partido del resultado, huyendo veloz de su dorada prisión. Perdiéndose en un sin fin de pasillos, diáfanos, acolchados y solitarios, con el eco de sus pies descalzos y su acelerada respiración, como única compañía.

Por puro azar del destino, coincide con un corredor que le brinda una posible salida. Al final del mismo, se planta anta una nueva puerta hexagonal de mayor tamaño, la cual, al captar su presencia, se abre sin más. Sin dudarlo, sale por ella desbocado, colisionando con algunas personas que transitaban al otro lado. La luz solar le ciega momentáneamente. Oye gritos de histeria a su alrededor. Siente, que los que le rodean, se apartan de él como si portase un virus letal. Se detiene para recuperar el aliento, consciente de que es minuciosamente observado. Una vez sus ojos se adaptan a la luz, se arma de valor para afrontar su nuevo entorno. Aturdido, se descubre en el centro de un improvisado círculo de mujeres que le rodean, guardando una prudente distancia de seguridad. Alza la vista, hallando hileras de pasillos abalconados ascendiendo por los edificios colindantes, desde los cuales, es igualmente observado por más mujeres. De hecho, mire donde mire, solo hay mujeres observándole. – ¡¿Hembras?!… ¡Aquí solo hay hembras! – Deja escapar con asombro. Consecuentemente, un silencio opresor se adueña del momento. Cientos de rostros femeninos clavan sus miradas en él, trasluciendo emociones confusas e inestablemente favorables para su persona. Anticipándose a lo que pudiera pasar, se afana en hallar el modo de abrirse camino entre ellas y escapar. Siendo imprevisiblemente interrumpido por una de las presentes, que oculta entre el resto, se dirige a él telepáticamente: – “¡No te muevas!” – “¿Madre?… ¿Has vuelto?” – Pregunta Damián con un atisbo de esperanza. – “No debiste abandonar El Pilar del Cielo” – Le reprocha la voz. – “Pero Madre, me sentía solo y tú…” – Se justifica Damián antes de que ésta le interrumpa bruscamente: – “Llámame Novoa. Es tarde para explicaciones. Ahora voy ha acércame a ti.” – Abriéndose paso entre la multitud, una mujer esbelta y morena, de labios carnosos y ondulada melena negra, se adelanta imperturbable. Se acerca a él, y alzando cautelosamente el brazo, acaricia su velluda barbilla con la mano, declarando en voz alta: – ¡He aquí un hombre! – Esta desafortunada revelación genera algunos gritos histéricos y alguna que otra exclamación de asombro y desprecio radical. – ¿Qué está pasando? – Pregunta Damián, horrorizado, a su interlocutora. Ésta, regalándole la expresión de compasión más sincera y hermosa que pudiese haber visto, se acerca más a él, y apoyando sus cálidas manos en sus desnudos y varoniles hombros, continua hablándole telepáticamente: – “Sé más discreto, solo tú puedes oírme.” – “Porqué tengo la sensación de que me has sentencia a muerte.” – Le amonesta Damián. – “Al contrario, aquí y ahora, eres una anomalía, y las anomalías son eliminadas sin contemplaciones. Al decirles lo que eres, he ganado tiempo a tu favor. Nunca han visto a nadie de tu sexo, salvo en los tratados de la vieja historia. Mientras la curiosidad las embelese tienes una oportunidad para elegir” – Aclara Novoa con tranquilidad – “¿Para elegir qué?”… – Pregunta Damián intuyendo la respuesta – “El modo de morir, por su puesto. Para mí eres una bendición, un regalo que éstas criaturas no están preparadas para apreciar. Oí tu reclamo y vine ha ayudarte, pero tu ansia de libertad a complicado las cosas. Ya no puedo protegerte. Tal como lo veo, solo te queda elegir, entre morir a manos de estas arpías, o quitarte la vida tu mismo.” – Damián, mira unos segundos al exceso de mujeres que le rodea, asumiendo a golpe de vista que no hay puntos débiles en el férreo círculo que forman. Deja escapar un suspiro descorazonador, que le sumerge en un contradictorio sentimiento de sosegada resignación. El cual, le induce inexplicablemente a abrazar a la mujer morena, embriagado por un desconcertante sentimiento de gratitud. Y en dicho acto, a modo de compensación, se toma la libertad de dejarse embriagar por el grato aroma que ésta desprende, susurrándole con un sutil pensamiento: – “Dame un rumbo y pondré fin a esto.” 

– “Gírate, cierra los ojos y corre” – Le sugiere Novoa, antes de despegarse de él y, simulando indiferencia, zambullirse en el mar de hostilidad que le retiene.

Ahora, más que nunca, comprende los motivos por los que Madre le mantenía apartado en su refugió. Es tarde para arrepentimientos. Tomó una decisión, y muy a su pesar, ha de ser consecuente con ella. Viendo, que las atónitas y encolerizadas mujeres tardan en salir del asombro que las paraliza, se da la vuelta y echa a correr lo más rápido que puede en la dirección aconsejada. Mientras, sus despóticas observadoras, incapaces de reaccionar ante lo que consideran un acontecimiento inimaginable, se limitan a gritar histéricas apartándose de él por miedo a ser rosadas.

Así, nuestro desafortunado personaje, corre a ciegas sin obstáculos, en línea recta, hasta colisionar con un barandal, sobre el que se deja caer, precipitándose consecuentemente al vacío.

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El Paladín Que No Llegó


Sé que soy un amasijo de defectos, pero si por unos segundos pudieras ver, en su justa medida, lo que siento por ti, me verías de otro modo.

Sé, que no cubro tus expectativas. Que mi incapacidad para intuir esos pequeños detalles que tanto anhelas rompe todos tus esquemas. Pero, si pudieras abrir las puertas de mi mente y acceder a su mundo interior, comprenderías lo mucho que significas para mí, y te sentirías enajenada por mi amor.

Sé que no es fácil creer lo que te digo. Que las palabras son solo eso, palabras. Pero si fueras capaz de entender, que en mi caso, las palabras son un reflejo palpable de las emociones que residen en mí; quizá, sólo entonces, comprenderías lo que representas para mí.

Aun así, sé que siempre va a haber algo que nos separe. Algo que nos prive de nuestra mutua atención. La vida es compleja y sus constantes bombardeos de acontecimientos imprevistos, distraen y distancian más de lo estrictamente expuesto en el guión.

Creerme cuando te digo, que no puedo hacer nada al respecto. Que no tengo poder para detener la vida en un instante, aunque sueñe con hacerlo. Pues, qué bello sería regalarte un te quiero sincero, sin el ensordecedor ruido de fondo del extraño universo que ha modelado nuestra sociedad moderna. Sin nada que lo enturbie. Sin mayor resonancia que el eco de mi voz arropada por el silencio de un mundo que se nos antoja lejano. Ajeno a la tempestad que nos azota día tras día sin descanso.

Qué más podría añadir, salvo que soy, simple y llanamente, lo que ves. Un amasijo de defectos que se esfuerza en no ser la sombra del paladín que siempre esperaste, pero que nunca llegó.

Más, déjame aclararte, sin abrigar mala intención, que es probable, que el citado paladín se haya perdido en el camino de tu búsqueda. Que no poseyera ni la fuerza, ni el empuje, requeridos para subsistir en el mundo en el que habitamos tú y yo, lejos del atractivo y tentador reino de los sueños. Y añadiría para acabar, que cabe la posibilidad, de que yo, sea el individuo facultado para acometer dicha empresa. No, no aprovecho para echarme flores, pues, no sabría decirte, a ciencia cierta, si es real lo que te digo. Sin embargo, sí que puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que yo siempre he estado aquí, a tu lado; y él, el eterno ausente, a día de hoy, simplemente, no se ha manifestado.

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Allí Donde Nacen Los Sueños 7º


Capítulo 7

La Esfera

Como una blanca muñequita de papel desplazándose velos sobre una cartulina negra, corre una niña asustada por una superficie inexistente de una realidad inconclusa, en un punto indeterminado de la fría oscuridad.

En su cabecita aún resuenan los ecos de las últimas palabras que intercambió con su madre:

«– ¡Corre pequeña, corre y no mires atrás! – ¡Pero yo quiero estar contigo! – ¡NO! ¡MI CIELO! ¡NO! ¡AHORA CORRE!…»

Sin aliento cae de rodillas, respirando aceleradamente mientras mira a su alrededor en busca de alguna señal que le sirva de referencia para huir de estas tinieblas. Desafortunadamente no halla nada. Desalentada, se tumba en el frío y oscuro suelo tarareando una melodía que aprendió de su madre y fantaseando, como solo los niños saben hacer, con la compañía de su progenitora en un universo de risas y afecto más allá de este reino desolador.

En un momento dado ve por el rabillo del ojo un destello diminuto, casi imperceptible, desvanecerse en la distancia. Receptiva, gira la cara y clava la mirada en la densa oscuridad. Espera unos tensos segundos y ¡voilá!, el destello vuelve a aparecer. Sin titubear se pone en pie y sin apartar la vista del objetivo reanuda su carrera rumbo a su encuentro.

Incombustible acelera su marcha desbordando ilusión e ingenuidad ante la expectativa de libertad que esta le brinda. No obstante, al menguar notablemente la proximidad entre ambas la citada posibilidad se evapora. Revelandole que el origen de dicho destello no es más que una enorme esfera cristalina que levita suspendida en las tinieblas.

Decepcionada se derrumba llorando amargamente por todo lo acontecido – ¡MAMÁ! ¡MAMÁ! – Grita desahogando el cúmulo de tensión que la carcome por dentro.

– ¿Que sucede criatura? ¿Te has perdido? – Pregunta una voz femenina dulce y melodiosa procedente del interior de la esfera. La niña, quedándose inmóvil como si así no pudiesen verla, cesa su llanto al instante. – No te asustes, no voy a hacerte daño. – Aclara la voz. – ¿Quién eres?… – Interroga la pequeña. – Soy una prisionera, la semilla que dio origen a este lugar, el núcleo del Nexus, la Reina Madre de las especies que han brotado en él. – responde la voz sin hacer pausas. – ¡Cuantas cosas…! – Murmura la niña con asombro y añade: – Yo tuve una mamá, pero un hombre malo la mató… – Lo lamento. – Apura a interrumpir la voz como si estuviera al corriente de ello, y prosigue: – ¿Por eso vagas sola por mi reino? – ¡Sí!… – Responde la niña desconcertada. – Yo también estoy sola – Confiesa la voz – Pero eres una mamá y las mamás tienen hijos. – Deduce la niña en voz alta con suspicacia, a la vez que intenta, en vano, averiguar quién se esconde en el interior de la esfera. – Sí, así es, pero yo no puedo concebir hijos del modo en que quisiera y eso me hace sentir muy sola. – Se reprocha la voz con profunda tristeza… – No estés triste, eres buena y dulce, si quieres puedes ser mi mamá. – Concluye la pequeña conmovida, dejando de tantear a su interlocutora – ¡Ja ja ja…! – Ríe la voz : – Tu inocencia es una delicia, para mí sería todo un honor tenerte como hija. ¡Ven! entra conmigo en la esfera. – Ante el entusiasmo de la invitación la pequeña duda, y frunciendo el ceño pregunta: – ¿No me harás daño, verdad? – No, no te lo haré. – Le asegura la voz con simpatía – ¡Vale! – Acepta la niña como si tal cosa y agrega: – Deja que te vea antes de entrar. – De acuerdo… – Dice la voz mientras la esfera se enciende como una bombilla, exhibiendo en su interior, a una mujer desnuda de una belleza sin parangón. La cual, sentada en posición de loto, despliega, para mayor lucimiento, dos enormes y coloridas alas con forma de hojas de parra.

Sin dejar de observar a la niña con unos hermosos ojos rasgados de pupilas color rojo encendido le pregunta con ternura: – ¿Te gusta el aspecto de esta Reina Madre?… – Y la pequeña le responde encantada – ¡Sí! ¡Eres muy bonita, me gusta mucho tu melena negra y tu piel blanca, es como el color de la luz! – Ja ja ja… – Vuelve a reír, la Reina, mostrando unos enormes y afilados colmillos – No sabía que la luz tuviera color. – Comenta a su nueva hija – ¡Pues ahora lo sabes! – Sentencia la pequeña orgullosa de sí misma: – ¡Creo que tienes mucho que aprender! ¡Pero no te preocupes, he decidido quedarme contigo, ahora no estarás sola, yo cuidaré de ti! – Continúa la pequeña haciendo que las risas de la Reina se eleven y retumben en lo alto como si se hallaran bajo una bóveda – Es usted muy gentil señorita y le estoy muy agradecida por ello. – Le corresponde la Reina halagada. – ¡Lo sé! – Finaliza la niña, metida en su papel de infanta, antes de preguntar: –  ¿Cómo entro en la esfera?… – Pues, entrando… ¡Dame la manita! – Responde la Reina extendiendo el brazo hacia ella. Encogiéndose de hombros, la niña, atraviesa la pared de la esfera con su corto y tierno brazo como si esta no existiera, y estrecha su manita regordeta con la pálida mano de dedos afilados de la Reina, la cual, tira de ella con suavidad ayudándola a entrar.

Una vez dentro, su entorno cambia. Ni por asomo resulta ser lo que esperaba. Sentada en el regazo de la Reina, lo observa todo sin perder el más mínimo detalle. Lo que creía que sería un espacio esférico, reducido y claustrofóbico, se muestra ante ella como una enorme y esplendorosa sala circular. Formada por doce portales góticos, de cuyos arcos brota una sustancia líquida que desciende por los mismos a modo de cascada de agua cristalina. Divididos entre sí por unas gruesas columnas corintias que se elevan suntuosas, desdibujandose, por momentos, en un ligero vaho aromático omnipresente en la estancia, y sosteniendo sobre sus relucientes ábacos, una gigantesca cúpula románica  completamente cubierta de coloridos frescos de una belleza celestial.

– ¿Quiénes son? – Pregunta la niña con la mirada clavada en ellos. – Melíferas, cientos de ellas, felices en su entorno natural desempeñando funciones propias de sus vidas cotidianas. Ecos de un pasado glorioso hoy perdido en la alborada de los tiempos. – Responde la reina con la mirada ausente. – ¿Y esas fuentes que nos rodean? – Continúa la niña sin perder la espontaneidad. – Son los doce portales del Nexus. Tú, pequeña mía, has entrado por ese, el portal de la Oscuridad. – Le cuenta la Reina señalando un portal en el que la sustancia líquida brota turbia. – La chiquilla, maravillada, sin cerrar sus enormes ojos verdes ni para parpadear, susurra. – Si ese es el portal de entrada ¿Cuál será el de salida? – y la Reina le aclara arrullandola entre sus brazos: – ¿Que te hace pensar que hay una salida?…

Procesando…
¡Lo lograste! Ya estás en la lista.

Raíces Profundas


Asentada en el centro de una cuenca entre dos montañas, se hallaba una casita blanca de tejas rojas de arcilla horneada. Esta, junto con una pequeña y variada huerta (esmeradamente cuidada) que rodeaba la rústica propiedad, y algunas cabritas albergadas tras un vallado de madera en uno de sus laterales; proporcionaban sobrado refugio y sustento a su propietaria. Una anciana octogenaria, cuyas raíces familiares en la citada propiedad, se perdían en los albores del tiempo. Por lo cual, gustaba de decir, que hasta donde podía recordar siempre había estado ahí.

Esta mujer, integrada en el entorno, pasaba el tiempo que le sobraba de sus tareas agrícolas, sentada en el porche, elaborando un nutrido conjunto de utensilios de paja y sonriendo a las puestas de sol, maravillada por la magnitud de su belleza. Sin lugar a dudas, era feliz en su pequeño reducto natural, lejos del mundanal ruido, las aglomeraciones y las impurezas de las urbes.

Cierto día, el cartero del municipio le entregó una notificación, la cual dejó (como era su costumbre) sobre un aparador de madera maciza labrado con hermosas florituras que tenia en su dormitorio. Junto al resto de la correspondencia que esperaba ser leída por su hijo, que solía venir a verla, como mínimo, una vez por semana.

Así fue, que este se personó, fiel a su costumbre, y le leyó con ternura todas sus cartas; dejando para el final el comunicado. El cual, ojeo por encima en silencio, y sin más, se lo guardo en el bolsillo. Le dio un tierno beso a su madre y (tras bromear cariñosamente con ella) se marcho.

La anciana, sin darle mayor importancia al tema, continuó con su rutina, feliz de volver a estar sola, pues, aunque le agradaban las visitas de su hijo, adoraba el intenso vínculo que le unía a aquel lugar. Refugio del ritmo compensado de su alma, de su soledad en compañía de objetos y recuerdos, del goce de sus largos silencios arrullada por las transiciones cotidianas de luces y sombras, acompasadas, por tenues sonidos relajantes, brotando aleatoriamente de los infinitos recovecos de ese místico entorno natural.

Una tarde, su hijo, en una de sus visitas, la invitó a pasar una temporada en su casa, para que pudiera disfrutar de la compañía de sus nietos. La idea no le desagradó, pues adoraba a esos diablillos. Así pues, hizo una pequeña maleta y se fue con él.

Allí, fue tan dichosa, que perdió la noción del tiempo, para cuando empezó a sentir añoranza de su hogar ya habían transcurrido unos años, y pese a la adoración que sentía por los pequeños, no podía ignorar la persistente y sutil llamada que le inducía a volver a su pequeño reino.

Así se lo hizo saber a su hijo. Pero este, con el corazón en un puño, ya no pudo seguir ocultándole que sus tierras habían sido expropiadas por el estado, con la finalidad, de desviar el cause de un río cercano y hacer de la cuenca una presa. Se disculpó, por no haber tenido valor para decirle, que el comunicado que había recibido, era un aviso de desahucio de inmediato cumplimiento, y que, en aquellos momentos, su pequeño universo se hallaba sumergido bajo las aguas, mientras las autoridades pertinentes, festejaban eufóricas la inauguración de la nueva presa por todo lo alto.

La anciana, viéndole tan perturbado, lo tranquilizó con voz tierna, como solía hacer cuando era niño. Luego se retiró a su dormitorio, del que no salió hasta el día siguiente. Con la luz del nuevo día filtrándose por la ventana, se dirigió nuevamente a su hijo, para recordarle que deseaba volver a su hogar. El joven, apesadumbrado, volvió a disculparse relatándole lo sucedido, y tan pronto terminó de hablar, ella, sistemáticamente, dio la vuelta, retirándose a su dormitorio y permaneciendo en él hasta el día siguiente.

Los días transcurrieron sin que el ritual dejase de repetirse. Madrugada tras madrugada. Una y otra vez, hasta que el alma de la anciana se evaporó, quedando sólo una mortaja ambulante, que se desplazaba por inercia, soltaba su discurso y se volvía a marchar.

Su hijo, sin fuerzas para seguir dándole explicaciones. La miraba con tristeza, la escuchaba con infinita paciencia y la acompañaba con delicadeza a su habitación.

Una mañana de verano dejó de hablar. Una tarde de otoño no se levanto más. Una noche de invierno dejo de respirar.

Tuvo un funeral sencillo, acompañada por todos sus allegados y amigos que tanto la estimaban. No obstante, en primavera (la época que más le gustaba a la difunta anciana) su hijo, por iniciativa propia, solicitó exhumar su tumba e incinerar sus restos. Los cuales, llevó a la cuenca y espació sobre la presa, con la esperanza de que las cenizas pudiesen hacer que una parte de su madre regresara a descansar al lugar que la vio nacer.

Lo curioso del caso, es que, el joven, nunca supo ver que el alma de su madre había abandonado su cuerpo mucho tiempo antes de morir. El amor por su hogar era tan intenso que no pudo esperar.

Hoy día, a varios metros de profundidad, sumergida en la presa, permanece intacta la casita blanca de tejas rojas de arcilla horneada. Y si pruebas a mirar con los ojos del corazón, quizá veas que en su porche se halla sentada, elaborando un nutrido conjunto de utensilios de paja, una anciana que sonríe a unas prodigiosas puestas de sol, dignas de la visión de los Ángeles.

Procesando…
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Allí Donde Nacen Los Sueños 6º


Capítulo 6

El Experimento

Damián Beta 0.1, ataviado con un kimono blanco como única vestimenta, observa la mega acrópolis Centauro desde una de las diáfanas y enormes ventanas de «El Pilar del Cielo», el edificio más alto de la citada acrópolis. Desde dicha posición se entretiene viendo pulular a cientos de figuras diminutas por las vías peatonales de la urbe y no puede evitar preguntarse cómo seria vivir ahí abajo, inmerso en ese bullicioso hormiguero de entidades ajetreadas en sus quehaceres cotidianos.

– ¿Qué aspecto tendrán? ¿Serán como yo? – Se pregunta intrigado. – “No, no son como tú.” – Le responde una cariñosa voz en su cabeza. – ¡¿Madre?! ¡¿Has vuelto?! – “No, aun sigo en la incursión espacial. Me desconcierta tu apremio para que retorne, sabes de sobra que siempre estoy contigo.” – Espiritualmente sí, pero físicamente no, añoro estrecharte entre mis brazos. – “Eres una criatura extraña. No negaré que experimento agrado al oír tus palabras, sin embargo, ese apego a mí parte física hace que te repela.” – ¿Por qué? ¿Tú no sientes deseos de estar junto a mí? – “No, ¿por qué habría de sentirlo?” – Tus palabras me hieren. – Termina diciendo Damián, dejando escapar un profundo suspiro.

Apesadumbrado se tumba en un amplio sofá de cuero blanco y formas curvas. – ¿Cuándo me podré marchar, Madre? – “Ya lo hemos hablado cientos de veces, no te puedes marchar.” – ¿Pero no lo comprendo? Deseo salir de aquí. Quiero bajar a esas calles. Unirme a esas personas. Reír, ser feliz con ellas. – “Eres un soñador Damián, eso no va a pasar, de hecho, si supieran que estás aquí, te matarían.” – ¿Tan horrible soy? – “¡Ja, ja, ja,…! No eres horrible, eres diferente…”

Tras él se abre una puerta automática hexagonal a modo de recogida de abanico, y acto seguido, entra una mujer de elegante figura, piel pálida y mirada gélida, enfundada en un ceñido batín blanco. – No te cansas de hablar solo – Le comenta con desdén a Damián. – ¿Por qué me odias tanto Sara? – Le pregunta incorporándose y quedándose cómodamente sentado en el sofá. – Porque eres una aberración. Tú no deberías existir. Si por mí fuera ya estarías muerto. – Gracias Sara, a mi también me agrada verte. – Añade Damián con ironía. – No seas necio, agradece el hecho de que me digne a pasar por aquí a traerte tu dosis diaria de licor de vida. – ¡Licor de vida! Vaya una forma de disfrazar un mejunje imbebible. – ¡Desagradecido! ¡Ese mejunje, como tú lo llamas, es el mayor hallazgo de la ciencia de nuestro siglo! ¡Quién podía imaginar en los pasados milenios que un sencillo compendio de nutrientes básicos aportarían los complementos necesarios para brindar longevidad y juventud a toda una generación!… – Si, si, lo sé, no me repitas otra vez esa cantinela de la generación elegida… – Interrumpe Damián deseando que le vuelva a dejar solo. – “Se paciente, solo hace su trabajo, no conviene alterar al personal” – Le amonesta tiernamente Madre con un susurro. Este, aprovechando la circunstancia le pregunta a Sara: – ¿Has oído esa voz? – ¿Qué voz? Yo no he oído nada. ¿Te burlas de mí? – No me hagas caso, quizá el estar encerrado aquí me esté volviendo loco. – Los ojos de Sara parpadean, y por unos segundos, un vestigio de compasión parece anidar en su mirada, no obstante, sin dar muestras de ello, deposita el recipiente con el licor de vida en una superficie circular que levita junto al sofá y se retira con el ligero sonido de su calzado acolchado sin volverse a despedirse.

– “Veo que empiezas a mostrar inteligencia.” – Alude Madre. – ¿A caso dudabas de ella? ¿Cómo es que yo puedo oírte y ella no? – Interroga Damián –  “Porque al nacer te implanté un microchip en el cerebro” – Sorprendido con dicha revelación, pregunta con la voz ahogada: – ¿Qué soy yo para ti? – “Un experimento… ¡Debo dejarte!… ¡Han saltado las alarmas y…!”

Repentinamente, la voz de Madre desaparece. Quedando solo un silencio asfixiante, acompasado por el acelerado palpitar de su corazón. – ¡MADRE! ¡MADRE! ¡¿SIGUES AHÍ?! – Grita asustado sin obtener respuesta. Un zumbido electrónico capta su atención y dirige la mirada, veloz, hacia una pequeña esfera de cristal oscuro, en una de las esquinas del techo de la sala. Extiende el brazo, coge el recipiente con el licor de vida y lo lanza con fuerza, estrellándolo, certero, contra la esfera, mientras grita: – ¡DEJA DE ESPIARME!

Derrotado, se deja caer nuevamente sobre el mullido sofá. Una lágrima solitaria escapa de uno de sus ojos y recorre lentamente su mejilla antes de precipitarse al vacío. Con la mirada perdida, murmura: – Te equivocas, no soy un experimento, soy una persona. – Luego, se sumerge en su reino de fantasías. Único consuelo en esta confortable prisión, a la cual, ignora como llegó.

Transcurridas unas horas, unas voces alteradas, al otro lado de la puerta hexagonal, truncan su sosiego haciendo que se levante del sofá alarmado. La citada puerta se abre, he irrumpen en la sala un grupo de mujeres encapuchadas, ataviadas con sotanas blancas y seguidas por la, hasta la fecha, inmutable Sara, notablemente alterada con los hechos. 

La comitiva, presidida por una mujer especialmente hermosa, luciendo una lustrosa y dorada cruz barroca sobre el pecho, con una llamativa gema roja en forma de corazón incrustada en su centro, se detiene en seco ante la inesperada apariencia física de Damián.

– ¿De donde habéis sacado este engendro? – Comenta la llamativa cabecilla con una insultante expresión de repudio en su cara.

– No tenéis derecho a estar aquí. Estáis violando la intimidad de Madre. – Advierte Sara con moderación, conteniendo su malestar y evitando mirar a los ojos de la representante de la inesperada visita. La cual, le sermonea exaltada: – ¡¿La intimidad de Madre?! ¡¿Pero que blasfemia es esa?! ¡Hablas de ella como si fuera una entidad física! ¡¿He de recodarte que Madre es una fuerza espiritual que vela por el bienestar de nuestra fructífera comunidad?! ¡¿Insinúas que puedes oír su voz?! ¡¿Acaso eres tú la última persona con la que estableció contacto?!

– No… – Contesta Sara, con un tono casi inaudible, notablemente intimidada.

La prepotente portavoz, regodeándose con la situación, se dirige hacia Damian sin titubear y deteniéndose a una distancia prudencial, comenta a sus subordinadas, mirándole de arriba abajo con desprecio: – Estáis seguras de que la última manifestación de Madre proviene de este lugar. – Sin duda alguna Ntra. Sra. Santa. – Le responde una de ellas.

Damián, que hasta el momento no se había pronunciado, pregunta: – ¿Quiénes sois?… – ¡Madre Santa! ¡La abominación habla! – Exclama escandalizada la  Sra. Santa mientras sus seguidoras retroceden asustadas.

– “Son las Harimaguadas, las elegidas por la entidad Madre para transmitirnos sus designios. Por favor, no las provoques.” – Le susurra Sara, tras posicionarse discretamente a su lado.

– ¡Que no vuelva a hablar! ¡No sé que está pasando aquí, pero pienso llegar al fondo del asunto! ¡Sedad a la bestia y precintad la fachada hasta nueva orden! – Sentencia fuera de sí la Sra. Santa. Y antes de que Damian pueda replicar, siente un latigazo en el cuello, se lleva la mono instintivamente al punto de dolor y extrae un pequeño dardo azul antes de perder el sentido.

Sumido en la oscuridad, cae a un pozo sin fondo, y en el descenso sin fin, alguien le abraza por la espalda deteniendo su caída. – ¡Hola! ¿Estás bien? – Murmura una voz femenina en su oído. – ¡Ah! eres tú. La chica oscura de alas verdes. – Sí, no sufras, pronto te sacaré de ahí. – ¡Claro bello sueño! lo que tu digas.

Procesando…
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