Ahí Estaba Yo


Ahí estaba yo. Trepando por el muro. Buscando meticulosamente los puntos de apoyo. Abriéndome paso con mis manos desnudas. Adhiriéndolas a cuanto saliente encuentro a mi paso. Como un escalador de rocas con tendencia a sucumbir a la gula del café y los pastelitos mañaneros. Sacando partido del insinuado físico fondón para hacer contrapeso en este ascenso vertical. Tal cual, araña vespertina, ansiosa por extender su pegajosa tela en el lugar más elevado, donde la caza es más propicia que la ansiada a ras del frío suelo. Mirando furtivamente, a contraluz, hacia el supuesto final de este viaje, y esquivando al instante la mirada cegado por la insoportable luz solar que desciende proyectándose sobre mí sudoroso rostro. Como una deslumbrante y calurosa promesa que atrae y repele a la vez. Instándome a seguirla aunque sea a ciegas. Inclinándome subyugado ante dicha disfunción como un alma perdida en pos de un brote de esperanza.

Ahí estaba yo. Impulsándome con torpeza al ascender. Rompiéndome las uñas al apoyar mis dedos en ínfimos recovecos para no precipitarme al vacío. Sudando la gota gorda para no perder el equilibro en este vaivén ascendente de barrilete poco dado a estos menesteres. Ajeno a objetivos olímpicos. Dando lo mejor de mí para cumplir con el reto con cierta dignidad. Eludiendo pódiums de vanidades repelentes que no conducen más que a la amargura posterior al olvido. Pues nada es eterno. Todo cambia, excepto el modo de ser de las personas. Éstas, atrapadas en un bucle sin fin, siglo tras siglo, generación tras generación, sufren lo indecible y lo olvidan para volver a padecer, lo padecido, como si nunca lo hubiesen vivido.

Ahí estaba yo. Preguntándome qué pinto aquí en el reino de las almas huecas cuando la mía está plagada de sueños. Que divinidad cruel me desterró en este reino de eterna descompensación, donde los que tienen más se perpetúan en el regodeo de oprimir a los que tienen menos. ¿Qué lugar ocupo yo en este cruel tablero de juegos? Sumido en un mar de incógnitas. Embriagado por mi exceso de fantasías. Clavando mis dedos como garras en una superficie vertical por la que voy trepando hacia una cima que me reclama a gritos pero no atino a alcanzar.

Ahí estaba yo. Incontables horas más tarde. Finalizando la proeza. Haciendo el último y titánico esfuerzo por ubicarme sobre el muro. Sacudiéndome el polvo del ascenso. Secándome el sudor de mi frente e intentando recuperar el aliento. Recompensado por la visión de un horizonte azul levitando sobre un mar de esponjas blancas. Conservando el equilibrio en esta estrecha superficie como un equilibrista que hizo novillos en el cursillo de aprendizaje. Haciendo un barrido visual de mí entorno a modo de periscopio poco engrasado. Sin ver otra cosa más que la citada atmósfera. Trepar al cielo no es tarea fácil. Debería aportar algo más que cuatro nubes superpuestas sobre un fondo celeste, pues, por muy bella que sea esta estampa, si no aporta más contenido, el objetivo alcanzado más que compensar, descompensa, dejándote más vacío de espíritu que cuando te embarcaste en dicha empresa. ¿Qué clase de broma es esta? Tan huérfana de gracia como bien elaborada.

– ¡Janti Danti! ¡Janti Danti! – Grita una voz tras de mi.

Me vuelvo hacia la fuente de la llamada. Encarándome con un espejo que burlón me devuelve mi reflejo: – ¡Caramba! ¡Pero si soy un huevo con extremidades y faz atolondrada!

Sorprendido retrocedo y perdiendo el equilibrio. Ruedo por la cima del muro y me precipito al vacío.

Ahí estaba yo. Roto en mil pedazos. Con mis sueños esparcidos por doquier e incapaz de recomponerme. Viendo surgir de las sombras a cientos de criaturas diminutas que se apoderan de ellos y se los llevan felices de vuelta a sus cubículos. Privándome del único sustento que da sentido a mi vida. Sin poder llevar a cabo ni un leve amago para evitar dicho expolio. Y por si fuera poco. Cuando parecía que las cosas no podían ir peor. Siento unos golpecitos en mi hombro que me traen de vuelta a la realidad, acompañados del eco entrecortado de una voz lineal que me dice:

– “Caballero, el tiempo del examen se ha agotado. Por favor, deposite los impresos en la mesa que se halla junto a la salida, antes de partir.”

Ahí estaba yo. Más ido que perdido en el momento y lugar menos indicado.

Procesando…
¡Lo lograste! Ya estás en la lista.
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Publicado por marcoasantanas

“Soy un despistado avispado. Un desmemoriado que sólo recuerda lo que le llama la atención. Un inculto enamorado de la cultura. Así, podría seguir y seguir definiendo esa especie de disfunción “defecto-virtud” que anida en mi desequilibrado universo interior. Pero tranquilos, no lo voy ha hacer. Sí, es verdad, soy un desastre, pero siempre llevo el icono de “ Estamos mejorando” pegado en la frente.”

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