La Mejor De Tus Sonrisas


Una hermosa sonrisa, como defensa, es el escudo perfecto contra las lenguas mal intencionadas. Deslumbra a quien se acerca. Seduce, atrae, distrae miradas, desvía preguntas y disipa dudas si las hubiera. Se percata de sospechas infundadas y las aclara sin llegar a las palabras. De ese modo, tal pensamiento, si es que lo hubo, es relegado al olvido, dando paso con alivio a la discreción que irradia una sonrisa.

Defecto o virtud, no deja de ser un acto de sutil elegancia. A quien le importe lo que digas o hagas regálale una hermosa sonrisa. A fin de cuentas, igualmente, dirán de ti lo que les plazca. Transformaran todo a su antojo. Sólo requieren captar un fragmento, un resuello en la distancia, un simple eco lejano de palabras fuera de contexto y la imaginación se les dispara; haciendo de un acto insignificante un suceso desconcertante.

Sí, esa es la penosa actitud de aquellos que sólo escuchan lo que desean escuchar. Aquellos para los que sólo existe su verdad. La cual, les hace aprovechar cualquier descuido, subida de tono o comentario poco afortunado, para hacer de ti el objeto de sus tergiversaciones. Pero no importa. No dejes que los acontecimientos te abrumen. Mantén la cabeza bien alta, clava tu mirada en las suyas, y obséquiales con la mejor de tus sonrisas. Porque tu sabes mejor que nadie, que lo que es saber, no saben nada. Que tu verdad está a salvo. Y eso, te cura en salud, y mantiene limpia y firme tu mirada.

Procesando…
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Allí Donde Nacen Los Sueños 5º


Capítulo 5

La Pesadilla

Eva, grita reiteradas veces dolida por su pérdida, pero no consigue apaciguar la angustia que devora su alma. Sin percatarse de que ya no es arrastrada por la misteriosa entidad, llora sin consuelo, hecha un ovillo sobre un frío suelo negro azabache. El absoluto silencio reinante solo es roto por su gimoteo. Tomando conciencia de ello, calla. Se recompone poniéndose en píe, sin que el nudo que oprime su pecho afloje un palmo. Mira a su alrededor, pero no ve mas que oscuridad. No sabe expresarlo, pero se siente distinta, ligera, ingrávida. Incomoda se mira y ruborizada exclama: – ¡Estoy desnuda!…

– “¡Silencio!” – Oye en su cabeza. Se gira buscando con la mirada en todas las direcciones, hasta localizar una figura humanoide, igualmente desnuda, con una piel lechosa reluciendo, tal cual faro, en medio de tanta oscuridad. Esta, de espaldas, se inclina con cautela como si estuviese observando furtivamente tras una esquina. Así lo piensa Eva, pero al segundo lo descarta por absurdo. – Aquí no hay nada, solo oscuridad. – Cavila dando unos pasos dispuesta a aproximarse. Pero la entidad, a pesar de no tener oídos, intuye su movimiento girando veloz su cara hacia ella con cierto recelo. Mirándola, con unas turbadoras luces rojas, que emulando a unas pupilas, flotan suspendidas en las huecas y oscuras cuencas de sus ojos, a modo de luciérnagas danzando a la par en la boca de sendos orificios.

Eva, queda petrificada, no se atreve a mover un músculo mientras el rostro plano de la criatura, ausente de rasgos faciales, salvo los ojos ya citados, se dirige hacia ella. Luego, atraído por algo que reclama su atención con mayor apremio, recupera su postura de mimo callejero, caracterizando a un mirón tras una esquina, indiferente a su presencia.

– ¡Pero qué demonios…! – Masculla armándose de valor mientras se aventura decidida a acercarse. Con la fortuna, de que en este segundo intento la susodicha no se inmuta, permitiéndole acercarse hasta casi tocarla.

Poniéndose de puntillas, hecha un vistazo por encima de su hombro, mientras le pregunta: – ¿Qué miras?… – Pero no responde, inalterable en su incomprensible conducta.

Con reparo, apoya sus manos en el hombro desnudo de la misma para no perder el equilibrio, apartándolas sobre la marcha como si hubiera tocado una bombilla encendida. Sin embargo, no experimentó quemazón al tacto, sino una especie de vahído, algo así como un tirón al interior de la materia que le da forma.

– “¡No vuelvas ha hacerlo!” – Le amonesta sin volverse a mirarla.

Cohibida, asiente con la cabeza y prueba a inclinarse igual que él, asomándose, esta vez, por el lateral de su brazo derecho.

En principio no ve nada, pero al rato, se materializa una imagen, una ventana a otro lugar. Dentro de ella, un individuo enfundado en un traje de neopreno negro, se esmera en afilar un reluciente juego de cuchillos de carnicero. – Esto no me gusta. – Advierte, retrocediendo por temor a ser vista – ¿Por qué estamos aquí? – interroga con un susurro a la criatura. – “Tú rescate me ha debilitado, necesito alimento” – Le responde sin perder de vista al individuo de la proyección.

Inquieta con el giro que están tomando los acontecimientos, continúa indagando con cautela: – ¡¿Alimento?! ¿Qué clase de alimento? ¡No tienes boca!…

– “¿Boca?… No necesito esa desagradable apertura en la cara. Yo me alimento de lo que ves ahí.” – Le responde señalando con el dedo a la proyección.

– No te entiendo. – Continua Eva con un hilo de voz.

– “Me nutro de la luz que proyectan los durmientes en la oscuridad. Eso que vosotros llamáis sueños. Localizo las brechas que se crean en el velo del Nexus, absorbo toda la luz que estos me puedan dar y continúo mi camino. Nada fuera de lo normal. ¡Ahora deja de hacer preguntas, necesito concentración!”

– ¡Uf! ¡Pues si que me ha salido antipático el caballero andante! – Se comenta con ironía mientras se sienta en el suelo con los brazos cruzados, intentando cumplir con lo que le pide.

Amodorrada por el aburrimiento, deja escapar un bostezo en lo que vuelve a asomarse por el lateral de la entidad movida por la curiosidad. En un vistazo rápido, se percata de la existencia de unas jaulas de hierro de mediana estatura tras el individuo que afila cuchillos. Estas acaparan al instante toda su atención, la sensación de aburrimiento se esfuma y su mirada se agudiza esforzándose en descubrir lo que se mueve en su interior. En esto, una pequeña mano infantil se deja ver por uno de los barrotes de la tenebrosa prisión. Eva se sobresalta, por su cabeza pasan infinidad de ideas, a cual más terrible, y sentencia con un palpitar de corazón que le golpea dolorosamente el pecho: – ¡Tenemos que hacer algo! – El ser, se vuelve repentinamente hacia ella, agarrándole el brazo con violencia y le grita – “¡No vas a intervenir! ¡Es mi alimento! ¡Lo necesito! ¡Sin él, no podré salir de esta oscuridad!” – Pero ella, sin escucharle, le replica: – ¡Va a matarlos! ¡Hay que detenerlo! – El ser, zarandeándola un poco, insiste: – «¡Lo que ves, no es real! ¡Solo es un sueño!…«

En esto, el llanto histérico de un niño les interrumpe. Ambos, miran al acecino, que en ese preciso instante está sacando a una de sus víctimas de la jaula. Eva, aprovechando la distracción del ser albino, se zafa de su zarpa y corre como una exhalación al rescate del pequeño.

– “¡NO!” – Grita con contundencia el ser en su cabeza. Ella se tambalea dolorida, como si le hubiese dado un mazazo en la sesera, pero en un acto de valentía sin parangón, transforma en fuerza su dolor, se estabiliza y arremete en una durísima embestida contra el desprevenido sádico.

Este, suelta al niño cayendo aparatosamente contra una pared y perdiendo el conocimiento con el impacto. Eva, sin desperdiciar un segundo, abre las jaulas y va lanzando, uno por uno, a los niños al otro lado de la brecha. Cuando se hace cargo del último, este, pillándola desprevenida, la abraza con fuerza diciéndole: – ¡Gracias, Mamá, sabia que me encontrarías! – Sorprendida con la dulzura de dichas palabras siente que se desmorona, no obstante, reprimiendo esa emoción dedica unos segundos a observarlo. Viéndose, gratamente recompensada por el candoroso rostro de una niña pelirroja, que fulminándola con sus inmensos ojos verdes, persiste en seguir abrazándola. Conmovida, le devuelve el abrazo recordando al hijo que perdió. Dejándose seducir por la magia del momento, hasta ser bruscamente interrumpida por una enorme sombra que eclipsa la tierna escena con sus sórdidas palabras. – ¡Zorra! ¡Me has robado los juguetes! – Le amonesta un individuo alto y delgado de rostro encendido y desfigurado por la ira. Ella, cogiendo a la niña en brazos, huye saltando a modo de gacela al otro lado de la brecha. Dándose de bruces contra el frío suelo azabache, a causa, de una atenazadora mano que la agarra por el tobillo. – No vas a ir muy lejos pajarito. Nadie le roba los juguetes a San sin pagar un precio. – Le hace saber luciendo una cínica y babeante sonrisa. Eva, suelta a la niña para que pueda huir: – ¡Corre pequeña, corre y no mires a tras! – ¡Pero yo quiero estar contigo! – Le replica la niña llorando. – ¡NO! ¡MI CIELO, NO! ¡AHORA CORRE! – Grita imperativa mientras propina varias patadas seguidas en la cara de su agresor con la pierna que le queda libre. La niña corre desconsolada y se pierde en las sombras. Sintiendo que no le circula la sangre en el tobillo y que le flaquean las fuerzas, mira al ser albino reclamando ayuda. Pero este, ajeno a los hechos, se retuerce de placer, revolcándose por el suelo, con su cuerpo irradiando una hermosa luz blanca y riendo sin poder parar a carcajadas histéricas. Ante semejante panorama, Eva, se ve pedida.

Cuando vuelve a mirar al individuo del traje de neopreno, asume que es su fin. Este, recuperado de las patadas que le asestó en la cara, empuña un enorme, reluciente y afilado cuchillo dispuesto a abrirla en canal.

– ¡NOOOO…! – Grita, contrayéndose y tapándose la cara.

De pronto, se hace el silencio. Eva, dejando de contener la respiración aparta las manos de su cara. Desconcertada, se mira el tobillo, hallando la mano sesgada del sádico aun agarrada a el. Sacudiendo nerviosa varias veces la pierna con brusquedad consigue apartarla y acto seguido, neurótica, se limpia el tobillo con las manos con expresión de desagrado en la cara.

Malamente se pone en pie, y al girarse, se topa de frente con el ser albino, sobresaltándose con el imprevisto. – “¡Ha sido intenso! Tenemos que repetirlo…” – comenta satisfecho, siendo bruscamente interrumpido por Eva – ¡¿Qué?! ¡Apártate de mi, monstruo! ¡Me mentiste! ¡Me dijiste que no era real! – “Bueno, aquí, en el Nexo, sueño y realidad son una misma cosa.” – Aclara, encogiéndose de hombros como si tal cosa. Al oírle decir eso, envenenada por la ira, se abalanza sobre él. Pero, envés de colisionar con su pecho, penetra en la materia que lo forma, sin que a este le de tiempo de impedirlo. Viéndose, sin más, tumbada boca abajo en un suelo cubierto de césped.

Refunfuñando, escupe algunas briznas y se incorpora contrariada, encontrándose, para colmar su irritación, ante dos de esos cargantes seres albinos, estupefactos con su llegada.

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Una Demostración De Amor


Cuentan de una madre que no sabía como demostrar el inmenso amor que sentía por su hijo. Es más, le incomodaba ver a las otras madres exhibir premeditadas y exageradas carantoñas a sus pequeños, cosa que su marido no entendía a pesar de amarla. Ella, ante el más leve reproche por dicha actitud se cerraba en banda, ignorando a su esposo por completo. Lo cual entristecía mucho al hombre pues le hacia dudar de los sentimientos de su esposa hacia su hijo.

El caso, es que dando una elegante fiesta en el jardín de su casa, justo en un momento en el que se disponía a salir por la puerta del porche con una bandeja de canapés en la mano, vio como el 4×4 de su marido rodaba sin control, de culo y cuesta a bajo por la pendiente de acceso al garaje. Sin inmutarse pensó: “Ahí va el cacharro de mi marido, una vez más, a hacerse pedazos contra el muro” pero, tan pronto terminó la frase, vio a su hijo jugando, justo, en la misma pendiente, en mitad de la trayectoria del citado vehículo. Dándole un vuelco el corazón, soltó la bandeja de canapés, la cual, se estrello contra el suelo esparciendo los bocaditos por doquier, y sin dudarlo, se lanzó al rescate.

Desgraciadamente los tacones y la falda ajustada que había escogido para la ocasión, jugándole una mala pasada, la hicieron caer de bruces contra el suelo, golpeándose e hiriéndose en el codo, la barbilla y la rodilla. No obstante, sin dar muestras de dolor, se recompuso con presteza, se quitó los zapatos de tacón, se rompió la falda con las manos, y ensangrentada corrió velos como una gacela con la mirada fija en su niño.

Su marido y el resto de los invitados al verla correr se percataron de la fatalidad que se avecinaba, sin embargo, no supieron reaccionar. Inmovilizados, se quedaron absortos mirando como se desenvolvían los acontecimientos.

Ella, negándose a malgastar fuerzas pidiendo ayuda. Atravesó como una exhalación el trecho que le separaba de los asistentes y se abrió camino a empujones entre ellos. Inclusive, se vio obligada a pasar por encima de la mesa donde había depositado, con un gusto exquisito, las bebidas y otras degustaciones, esparciéndolas por el suelo.

Corrió como nunca lo había hecho, sin que nadie hiciera otra cosa más que mirarla. Cuando el vehículo estaba a poca distancia de su hijo, se interpuso velos entre ambos, cogió a su retoño, y viendo que no le quedaba tiempo para más, se medio giró sobre él a modo de escudo, y extendió, en un acto reflejo, uno de sus brazos hacia el 4×4 en ademán de pararlo.

Niño y madre murieron arrollados por el todo terreno sin que se pudiera hacer nada. Su marido, cegado por el dolor y la impotencia, e incapaz de emitir palabra, se desmoronó llevándose las manos a la cabeza. Los que le rodeaban se apresuraron a atenderle. El resto de los presentes, aterrados, en silencio y con lagrimas en los ojos, no salían de su asombro.

En un momento dado, una voz masculina se atrevió a romper el silencio para decir con la voz quebrada: – ¡Dios mío! Eso ha sido una insensatez. – A lo que una voz femenina, triste y desolada, repuso: – Te equivocas, eso ha sido una demostración de amor.

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Allí Donde Nacen Los Sueños 4º


Capítulo 4

La Huida

Oscuridad, abandono la oscuridad atraído por el trinar de unas risas lejanas. Abro los ojos extraviado y exclamo: – ¡Me he dormido! – Incorporándome precipitadamente con la desconcertante sensación de haber llegando tarde a una cita. Me pongo en pie, observando con incomodidad el color de mi piel: – “No recuerdo que fuera tan blanca” – Pienso moviendo la cabeza de un lado a otro. Alzo la mirada y me quedo boquiabierto con el panorama que me brindan mis ojos. Una esplendorosa y tupida plantación de fabulosos y dorados girasoles gigantes se extiende ante mí, en toda su amplitud. Sobrevolado, allí donde mire, por enjambres de criaturas idénticas a Ébano. Estas revolotean como abejas laboriosas recolectando néctar, saltando de un girasol a otro orquestadas por la musicalidad de sus risas. Atónito ante esta alucinógena visión que sobrecoge y deleita a la vez, me desperezo varias veces frotándome los ojos no sea que aun esté dormido.

Bañado por un rocío vaporoso que desdibuja la presencia de una barrera en la distancia, y dificulta la apreciación de unas figuras humanoides acurrucadas en posición fetal en cada una de las copas de los citados girasoles, me dejo acariciar por una ligera brisa. La cual, tras pasearse por mi rostro, me susurra al oído antes de partir: – “Si sigues las corrientes de aire que genera la Gran Cúpula te será fácil encontrar la salida”. – Llevándome la mano a la cara para limpiar las gotas de rocío que esta viajera fugas deposita en ella, repito en voz baja: – Las corrientes de aire… encontrar la salida…

– ¡Oh, no! ¡Tenia que haberme ido de los Campos! ¡Que desastre! ¡Por qué me habré dormido! – Me lamento golpeándome la frente con la palma de la mano, completamente despejado y mentalmente reubicado en la fabulosa realidad en la que ahora habito.

Intranquilo, me desentumezco el cuello con las manos mientras alzo la cabeza hacia arriba. Descubriendo fortuitamente una insospechada bóveda con una oscura apertura en su centro. Ésta, semioculta tras los vapores que imperan en este lugar, se contrae y dilata al compás de las idas y venidas de las corrientes de aire. Arrastrando consigo la humedad condensada en la atmósfera y, a la vez, haciéndola descender sobre mí como una ligera lluvia de verano y, acto seguido, alejándola con la misma rumbo a los límites del vergel. Dejando tras de si un ligero balanceo en la superficie de musgo dorado que se haya bajo mis pies.

Con el arrullo, me vienen a la mente imágenes de una mujer pelirroja de mejillas sonrosadas. Me abraza llena de felicidad, pero no consigo recordar el motivo de tanta dicha.

Nuevamente las risas intervienen remplazando mi pasado sesgado por la presente proximidad de dos de las extrañas criaturas. Estas, suspendidas ante mí, me observan risueñas con su incesante batir de alas. Comentándose cosas con susurros similares a zumbidos mientras se tapan las bocas con sus intimidatorias manos antes de reanudar sus risas, menean sus caderas al ritmo de las mismas, inmersas en una desconcertante y frenética danza que alerta al resto del enjambre de mi presencia.

Esto me da muy mala espina... – Me digo, retrocediendo unos pasos que hacen que estas huyan despavoridas volando en direcciones opuestas. Receptivas a mis movimientos se detienen en pleno vuelo a una distancia prudencial. Sin perderme de vista, coordinan sus movimientos con complicidad, abren sus bocas desmesuradamente, y emiten, a la par, un desagradable y agudo grito sostenido que penetra como agujas incisivas en mis tímpanos, haciendo que me retuerza de dolor.

Indefenso, pierdo el equilibrio precipitándome a un inesperado vacío que me hace comprender al instante que me hallaba en la copa de uno de los fabulosos girasoles gigantes. Por lo que extiendo mis brazos a la desesperada con el fin de agarrarme a lo que sea posible.

Afortunadamente consigo aferrarme a una de sus enormes hojas. La cual amortigua mi caída, plegándose a causa de mi peso y depositándome, sano y salvo, en un suelo irregular cubierto por una maraña de agresivas raíces que se disputan el escaso espacio que les queda libre.

Tan pronto toco el suelo salgo disparado como alma que lleva el diablo. Corro sin rumbo definido entre tallos equivalentes a troncos de árboles con la idea fija de alejarme lo antes posible de ese lugar. Abriéndome camino con desmaña entre raíces, ramas y hojas secas de tamaño sobrenatural. Mientras, sobre mi cabeza, a una altura considerable, el crujir de los tallos al balancearse con la brisa y el nervioso revoloteo de las extrañas criaturas en su frenética actividad acompañan mi huida.

Me eternizo en alcanzar la periferia de la plantación. Allí, los girasoles se dispersan y el suelo cubierto de hierbajos y pequeños guijarros blancos se eleva, en pendiente ascendente, hacia una zona más verdosa donde se aprecia con claridad el nacimiento de la cúpula.

Remonto la pendiente con cautela, encontrándome, al final de ella, una explanada cubierta de cientos de margaritas tamaño natural. Todo un descanso para los sentidos después de tanta anormalidad. Me deleito recorriéndolas con la mirada hasta detenerme en una figura tumbada junto a una aglomeración de las mismas. Raudo me apresuro a terminar mi ascenso e ir a su encuentro.

Ya a poca distancia me detengo en seco comprobando que se trata de una de esas impredecibles criaturas aladas a las que llevo horas eludiendo. Aparentemente parece abatida, vulnerable, no obstante desconfío. Me aproximo midiendo cada uno de mis movimientos y una vez a su lado me percato de que está de parto. 

Al verme, se sobresalta, hablándome en una lengua que no acierto a comprender, mientras agita sus brazos indicando que me vaya.

– Tranquila, no voy ha hacerte daño. – Me apresuro a decir – ¿Necesitas ayuda? – Insisto.

Aterrada me mira como si hubiese profanando algún tipo de ritual. Dudo, no sé si irme o quedarme. Ella, sacando partido de mi confusión se pone en pie e intenta agredirme con uno de sus gritos, pero no surte efecto. Está demasiado débil, lo sabe, pero admirablemente no se rinde.

Asumiendo que no soy bien recibido me hecho a andar con la desagradable sensación de no estar haciendo lo correcto. – Esto no está bien, debería ayudarla aunque no quiera. – Me digo volviendo sobre mis pasos. Pero la criatura, lejos de agradecérmelo, se abalanza sobre mí a la velocidad del rayo sin darme tiempo a reaccionar. No hunde sus poderosas garras en mi piel por milímetros. Otra criatura de su especie, surgida de no sé donde, se interpone entre nosotros asestándole incontables zarpazos en mitad de su inesperada embestida. Pero mi atacante sin amedrentase se los devuelve con saña. Enzarzándose ambas en una cruda y sangrienta lucha de garras y dientes. Paralizado por el miedo no sé donde ponerme para no ser arrollado o desmenuzado accidentalmente.

En mitad del combate la embarazada expulsa un huevo que rueda por el suelo y se pierde entre las flores. Reacciono corriendo tras él con el propósito de protegerlo. Para cuando consigo alcanzarlo este ya ha eclosionado y un bebe albino de aspecto humanoide yace inerte sobre una alfombra de vegetación aplastada. Hago ademán de cogerlo pero me quedo con la intención pues su cuerpecito comienza a convulsionar y a crecer alcanzando la edad adulta en un abrir y cerrar de ojos. Retrocedo alucinado, siendo repentinamente apartado en plena confusión por un brusco empujón propinado por una de las combatientes bañada en sangre. Acto seguido, esta, con la pericia del que ha hecho algo con anterioridad. Sostiene la cabeza del ser vegetativo, le da un tierno beso en la frente y con un rápido movimiento de brazos le rompe el cuello.

Abandonándolo sin más se vuelve hacia mí y me grita: – ¡Te dije que salieras de Los Campos! ¡Así cómo voy a ayudarte! – ¡¿Ébano?!… – Pregunto sorprendido. – ¡Sígueme! – Ordena echándose a andar. Y yo, visto lo visto, la sigo sin rechistar, reprimiendo el impulso de comprobar si aun queda algún vestigio de vida en los desafortunados seres que yacen maltrechos a nuestros pies.

Tardamos algunas horas en llegar al nacimiento de la cúpula, tras realizar un trayecto sin contratiempos, a paso ligero y en el más absoluto de los silencios.

Parados ahora frente a su muro, que se eleva diluyéndose con los vapores acumulados en la atmósfera. Veo maravillado una magnifica sucesión de monumentales esculturas esculpidas en alto relieve a lo largo del mismo.

Ébano, alza el brazo y señala una de ellas. Paradójicamente representa a una diosa con las piernas abiertas como si fuera a parir. Nos dirigimos hacia ella, encontrándonos con un desconcertante y enorme portal gótico, que se erige justo en la entrepierna de la susodicha. Este, parece estar relleno de una atrayente sustancia líquida, que brota del centro de su arco y desciende a modo de cortina. Como una mansa cascada de agua cristalina.

Mi compañera de viaje sin dejar de mirar el portal comienza a hablar: – No me juzgues a la ligera… Mira nuestros reflejos en el portal… ¿Crees que siempre hemos sido así? Una criatura albina y una criatura oscura. Piensa… ¿Por qué hablo tu idioma?…

Llegué aquí del mismo modo que tú. Despertando en el corazón del reino de las Melíferas. Estas me acogieron y educaron según sus costumbres. Llevo tanto tiempo en este lugar, que apenas recuerdo de donde vengo.

Ahora, este es mi hogar… no sabría vivir de otro modo.

De forma cortante calla. Se acerca al portal y con uno de sus dedos le da un ligero toque, haciendo nacer unas ondas en su superficie. Luego se limita a observar como desaparecen al fundirse con el pétreo contorno gótico que lo enmarca.

¿Por qué los mataste? – Me atrevo a preguntar.

Solo la Reina Madre puede engendrar. – Responde despreocupada sin dejar de jugar con el velo del portal.

Acto seguido, impredecible se vuelve aproximándose a mí sin dejar de mirarme con sus ojos penetrantes. Me besa en los labios, dejando, una vez más, su embriagador aroma a flores silvestres tras de sí. Y sonriendo con un guiño me indica el portal haciendo brotar sus alas. – Esa es la salida – Comenta antes de volver a abandonarme.

Sin mediar palabra me aproximo a él, hundo mi mano en sus aguas y soy absorbido por ellas en un parpadeo. 

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La Pala


Cuando mi hijo tenía cuatro años lo lleve a pasear por la playa. Era una tarde fría por lo que no fuimos preparados para meternos en el agua. Eso si, él tenia que llevar su cubo y su pala para jugar con la arena. La tarde transcurrió tranquila hasta que sonó mi móvil. Era mi mujer, que aprovechando un descanso en su trabajo, llamó para charlar un rato. Mi hijo, sintiéndose desatendido empezó a tirar de mí, por lo que tuve que decirle que esperase un rato a que terminara de hablar, cosa que no le gustó en absoluto. En un arrebato de furia cogió la pala y la lanzó con todas sus fuerzas al mar, quizá esperando que yo soltase el teléfono de inmediato y me lanzarse al agua a buscarla, cosa que no hice. Me limité a comentarle, sin inmutarme, que luego le compraba otra, total, esas palas de plástico no son caras. Él se quedó en silencio algo desconcertado. Para cuando comprendió lo absurdo de su acción la pala ya cantaba el “bye, bye, my friends” arrastrada por las olas. De súbito, mi hijo comenzó a gritar como si en ello le fuera la vida: – ¡SOCORRO! ¡SOCORRO! ¡MI PALA! ¡MI PALA! ¡QUE ALGUIEN HAGA ALGO!…

Yo, la verdad sea dicha, me quedé patidifuso. En cuestión de segundos todos los que se encontraban en la playa en aquel momento se acercaron a ver qué sucedía. Mientras, mi hijo seguía gritando y llorando a moco tendido: -¡SOCORRO! ¡MI PALA! ¡MI PALA!…

¡Que vergüenza!, no tenia donde escabullirme. Los curiosos, prácticamente, nos habían rodeado. No sabia que hacer. Los acontecimientos habían tomado un rumbo de lo más inesperado. Contrariado, pero manteniendo el tipo, me dispuse a descalzarme para zambullirme en busca de la dichosa palita, pero, antes de que pudiera hacerlo, una amazona surgida de no sé donde, se lanzo al mar, nadó hasta la pala, la cogió y con la misma regresó. – Toma, mi niño – Le dijo a mi hijo, mientras le entregaba la pala y me fulminaba con una mirada de desprecio.

En todo momento permanecí con el móvil en la oreja, transmitiendo los acontecimientos según iban pasando a mi mujer, como si fuera un reportero cubriendo un suceso en directo.

Sin dejar de hablar, cogí a mi hijo de la mano y me abrí paso, como pude, entre los bañistas, alejándome sin volver la vista atrás, sintiendo sus miradas de desaprobación clavándose en mi espalda como puñales.

En el trayecto de vuelta fui rumiando maldiciones por el mal rato que me había hecho pasar. Una vez en casa, me percaté de que el dichoso chiquillo sólo tenía el cubo en la mano… por lo que le pregunté: “Cariño, ¿dónde está la pala?” y este, mirándome con la inocencia propia de los niños, se encogió de hombros y como si tal cosa respondió: “No lo sé.”

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Allí Donde Nacen Los Sueños 3º


Capítulo 3

La Brecha

Oscuridad, fría y silenciosa oscuridad plagada de estrellas. Que junto a escasos pigmentos gaseosos, diseminados y distantes, dan un parco toque de color a esta desabrida nebulosidad. Armonía primigenia, en la que el único cambio perceptible lo genera la intrusión de algún cometa ocasional. Salvo hoy, en el que una súbita sacudida en la membrana del espacio profundo profana este lienzo ancestral. Dando lugar, a la repentina aparición de una barcaza estelar.

Nébula-578, en su ronda número 7499, ralentiza su marcha silenciosa e imponente. Acomodando, con precisión matemática, la velocidad de crucero a las nuevas e inhóspitas corrientes espaciales. Mientras, los tripulantes, ajenos a su meticuloso ritual de recopilación y transmisión de datos, viajan dormidos en sus correspondientes cápsulas de animación suspendida.

Tras su expeditiva adaptación al nuevo entorno, se centra en realizar varias tareas rutinarias en el cuadrante. Transcurridas unas horas, localiza un potente destello en una coordenada, en la que supuestamente, no debería haber nada. Por lo que, siguiendo los protocolos establecidos en su programación, reconfigura los controles de navegación y se dirige a la supuesta anomalía.

En breve, avista una enorme brecha en el espacio, de la que emanan  incontables rayos electromagnéticos. Sin detener su marcha, activa el código de reanimación en las cápsulas de criogenización. Acto seguido, amplia al máximo su potente escáner, haciendo un barrido más detallado de la escena. Consiguiendo con ello, detectar algunos cuerpos inertes que se cruzan en la trayectoria de los citados rayos.

Ya próxima al suceso, constata, que dichos cuerpos son naves abatidas. Por lo cual, activa las alarmas, y eficiente, invierte los propulsores para detener su avance. Pero no se detiene. Consecuente, incrementa a demanda la potencia de los reactores de tracción. En los paneles de la cabina de mando se encienden un centenar de luces rojas. Estas, alertan una peligrosa subida de los niveles de radiación. Las cápsulas de los tripulantes se van abriendo por pares, siguiendo un orden cronológico, en paralelo, de un lado a otro de un largo pasillo acolchado de blanco; como si los hechos que acontecen no repercutieran en ellas en modo alguno.

Con los reactores a plena potencia, la barcaza estelar comienza a vibrar violentamente. Evidenciando, que el arrastre gravitatorio de la brecha la supera. Aun así, persiste en su empeño, cruza el límite de sus capacidades en un acto de heroísmo impropio de una máquina, y reconduce toda la energía existente en su ser hacia los propulsores. Pero estos, que ya no pueden dar más de si, explotan generando enormes grietas en su casco. El frío espacial no duda en abrirse paso al interior de la misma. Petrificando, con una gélida y arrolladora corriente de aire, a los incautos tripulantes, que se desperezaban del letargo, en mitad de su metódico proceso de reanimación.

Por azar del destino, una de las cápsulas no llego a abrirse. En ella, una testigo muda, no da crédito a sus ojos: – ¡¿Será verdad lo que estoy viendo o es una ensoñación?! – Se pregunta sobresaltada.

La nave, a pesar de poseer un magnifico repertorio de probabilidades para hacer frente a estos imprevistos, se ve colapsada por el exceso y la rapidez de los mismos. El frío espacial, ahora asentado en sus placas y procesadores, merma sus capacidades, impidiéndole detectar las señales de vida procedentes de la única cápsula intacta.

La Oficial Científica, Eva.M52, atrapada en su interior, se afana en teclear una serie de códigos en la pantalla táctil situada en la tapa de su cápsula. Desesperada, persiste en acceder al ordenador central para liberarse de su prisión. Pero este no responde. Impotente, se deja arrastrar por un ataque de histeria que la lleva a gritar, patalear, llorar, y finalmente, reír con ironía; recordando, con lágrimas recorriendo sus mejillas, cuanto deseaba en la Academia Espacial vivir situaciones limite como esta en el espacio profundo.

Nébula-578, irreversiblemente dañada, envía mensajes de ayuda en todas las frecuencias, hasta ser alcanzada por uno de los tentáculos electromagnéticos de la brecha. Sumándola al instante, al conjunto de cuerpos inertes adheridos a la telaraña encendida de este tétrico cementerio espacial.

Eva, siente descender los generadores de energía de la nave. El silencio y la oscuridad sepulcral que les preceden encogen su alma. Viéndose perdida, se deja abrazar por la resignación. Suspira angustiada y acaricia con suavidad su vientre, lamentando enormemente, que la vida concebida en él se vea truncada de esta manera.

Así pues, se ve pasando sus últimas y largas horas de lenta agonía, hablando con su hijo no nacido. Contándole, con ternura, todas las cosas que podrían haber hecho juntos, lo feliz que podría haber sido, y lo mucho que le entristece haberle expuesto a estos peligros. Cuando ya no le queda nada más que decir, tararea una nana hasta enmudecer aletargada.

Siente que se le va la vida. Pero antes de que sus ojos vidriosos terminen de apagarse, ve, a través del cristal de la tapa de su cápsula, una forma borrosa que se le aproxima.

Demasiado sedada para cuestionar nada, oye una voz en su cabeza que le dice: – «¡No queda tiempo! ¿Quieres venir conmigo?» ¿Qué sentido tiene? Si abres la cápsula moriré igualmente. – Piensa ella. – «Sentí tu dolor. He hecho un gran esfuerzo plegando el plano de la realidad para llegar a ti. En segundos seré reclamado por mi lugar de origen. ¡Decide! ¿Quieres venir conmigo?» – Apremia – Pero… ¿Y mi hijo? ¿Qué será de la criatura que crece en mí? – Interroga sin gesticular palabra. – «¡No hay tiempo!» – Apura la voz en su mente.

Un tenso silencio expectante la abruma. Duda, ama a su hijo, quiere vivir, se devanea flagelada por un agudo sentimiento de culpa antes de rogar: – ¡Sí! ¡Por favor! ¡Sí! ¡Sácame de aquí!

Acto seguido, siente que la cogen de la mano y que un poderoso remolino tira con fuerza de ellos. Arrastrándolos a una velocidad vertiginosa por un túnel de luz cegadora. A penas puede girar la cara para ver quién o qué la guía en este viaje. Solo puede mirar atrás, y ver, como la nave se pierde en un círculo negro que disminuye hasta desaparecer. Percatándose, con ello, de una pequeña figura que les sigue a cierta distancia.

Unos ligeros tirones en el ombligo, le hacen mirar y descubrir, que de él brota una cuerda dorada y transparente que se extiende, alejándose, hacia la curiosa figura. Su avispado instinto le dice que ha abandonado su cuerpo y que el alma de su hijo es la que les sigue, enlazada al otro lado de la cuerda. Desbordada por la alegría, no duda en usar la mano que le queda libre para ir enrollando la cuerda en su muñeca, con la esperanza de atraerlo hacia ella lo máximo posible. Pero repentinamente, la cuerda desaparece llevándose al niño con ella. – ¡¡NOOOO!! – Grita quedando en estado de shock. Pero el ser que la transporta, indiferente, no detiene su marcha.

Procesando…
¡Lo lograste! Ya estás en la lista.

Un Entrañable Amigo


Si de verdad me amas, haz de mí un libro vagabundo. Deja que pasee libre con mis relatos por el mundo. Permite que me acaricien otras manos. No les prives de tenerme. Del goce de pasar mis páginas, abducidos por las emociones que anidan en las historias que habitan en mí mundo interior. Esas residentes complacientes que se prestan generosas a compartir mis penas y alegrías en el trayecto que me toca del agridulce sendero de la vida.

No cometas la atrocidad de olvidarme en un estante apartado. De relegarme al olvido. De convertirme en pasto de insectos, humedad y polvo. No permitas que envejezca de ese modo. Solo, sin compartir miradas, sin recibir caricias, sin transmitir afecto. Encausado a ser reciclado antes de tiempo, sin la presunción de inocencia. Terminando mis días triturado y compactado en otra cosa, que, aunque útil, nunca será igual de hermosa.

No me conserves como prueba irrefutable al mérito de haberme leído. Trofeo inconsistente, si otros ignoran los secretos de mi contenido. Deja que me conozcan en otras tierras y que me lean en otras lenguas. Deja que la prolongada exposición solar amarillee mis páginas, decolore mí portada, exaltando la longevidad de los matices azules y plegando mis esquinas hacia afuera. Deja que me arrugue y deteriore por el uso desmedido en el transcurso de los años. Que, al cabo del tiempo, las experiencias adquiridas, superen a las narradas. Que la impronta de cada lector quede latente en mi fachada. Déjame ser lo que soy. Un mensajero de sueños. Un portador de realidades. Un recipiente de fantasías. Una entidad pasajera que te regala un pedazo de su vida.

Si haces lo que te pido, no me olvidaras nunca, estaré siempre contigo, en un punto indefinido donde se cruzan: vida, alma y emoción. Y si por casualidad se encuentran nuevamente nuestros caminos, al margen de mi aspecto erosionado y desvalido, revivirás con cariño las historias compartidas, y me veras, como lo que siempre he sido, un entrañable amigo.

Procesando…
¡Lo lograste! Ya estás en la lista.

Allí Donde Nacen Los Sueños 2º


Capítulo 2

La Criatura Oscura

Oscuridad, voces lejanas, zumbido de insectos, calor en mis labios y un flash cegador me catapulta al reino de la vida. Abro los ojos de par en par y me incorporo como si tuviera un resorte. Aturdido, me llevo la mano a la sien mientras pienso:  ¡Uf! ¡Que pesadilla!

Tardo unos segundos en estabilizarme, alzo la mirada aleatoriamente incapaz de enfocar nada, deteniéndola, certero, en un par de pupilas de un color rojo encendido que me observan de modo penetrante.

En un acto reflejo, retrocedo ante la imagen nítida de una extraña criatura que se halla arrodillada frente a mí con un impactante y exuberante paisaje de fondo.

 ¿Quién eres? – balbuceo sin obtener respuesta.

Inalterable, aparta su larga y lacia melena verde con una intimidadora mano de dedos afilados, dejando al descubierto un semblante negro en el que difícilmente se distinguen los rasgos.

 ¿Hablas mi idioma? – Pregunto, en un nuevo intento de entablar comunicación.

Sonríe luciendo unos dientes blancos como el marfil y un par de colmillos largos y afilados como cuchillas. Sin saber ha que atenerme, y con la extraña certeza de haberla visto con anterioridad, continúo en mi empeño de limar asperezas.

 ¿Me has besado? ¿Por qué lo has hecho?

Sus pupilas centellean, y sin perder la sonrisa responde con un timbre de voz metálico: – ¿No te ha gustado?

Ahora soy yo el que no responde. Ensimismado, la estudio de pies a cabeza, hasta que un rubor inesperado se enciende en sus mejillas, delatando la incomodidad que ha suscitado en ella mi extraño comportamiento. Avergonzado, desvío la mirada preguntando con una repentina aspereza en la garganta: – ¿Qué eres?

Aderezando su sonrisa con un toque de picardía, acerca sus labios a los míos hasta casi rozarlos, y susurra:  Soy lo que tú quieras que sea.  Alejándose al instante con una sonora risa burlona y dejando en el ambiente un embriagador aroma a flores silvestres. Abatido por el exceso de acontecimientos insólitos vividos hasta el momento, guardo cautela. No percibo hostilidad hacia mi en esa criatura, no obstante, todo en ella indica que es un depredador en potencia. Se me ocurre pensar, que quizá, solo esté jugando conmigo antes de degollarme.

Como si pudiera leer mis pensamientos detiene su risa en seco, me observa compasiva y prosigue titubeando antes de apoyar su mano en la mía: – No soy una amenaza para ti. Si es eso lo que te preocupa. – Es evidente que capta mi miedo, sin embargo, no saca partido de ello.  No, no es eso…  Apuro a decir.  Estoy desorientado ¿Dónde me encuentro? – Interrogo, por una parte, para ganar tiempo, y por otra, para hacerme una composición de lugar.

– Te hallas en el Nexus. Fuente primigenia de toda forma de vida. Aquí confluyen todas las almas que abandonan su mortaja. Es un lugar de transito o perdición según la semilla que portes en tu núcleo.

Me cuesta entender lo que me cuenta. Una insoportable migraña me taladra el cerebro desde que recuperé la conciencia. – ¡No consigo recordar nada! – Protesto atolondrado.

– No recuerdas nada, porque no tienes nada que recordar. Cuando mueres, tus recuerdos mueren contigo, y al revivir, naces limpio, vació de todo vestigio de tu vida anterior. – Me explica con calma.

 ¡¿Estoy muerto?! – Grito asustado.

 Quizá si o quizá no, es difícil saberlo. – Añade ella.

 ¡¿Pero que clase de razonamiento es ese?! ¡O estoy muerto, o no lo estoy! ¡No hay término medio!  Respondo algo alterado.

La criatura guarda silencio, baja la mirada y su sonrisa se desvanece. Con los párpados caídos, como si no pudiera aguantar mi mirada, alza la barbilla en un intento de recuperar su posición de ventaja en este “tête à tête” delirante y me pregunta:  ¿Qué te hace creer que no deseo ayudarte?

Un silencio incomodo surge entre los dos. Suspiro pasándome la mano por la cabeza. Observo su desnudes, su delgadez, su mediana estatura y me percato de la feminidad de sus formas. Desde un principio vislumbraba que la criatura podía ser hembra pero su torso plano, sin vestigios de poseer pechos, me hacia dudar. Incluso llegué a pensar que quizá solo fuera una niña, pero las definidas curvas de su cuerpo echaban por tierra dicha teoría. El hecho es que, al margen de su aspecto sobrenatural, he de constatar que es una criatura hermosa, y aparentemente parece preocupada por mí. Dicho razonamiento me hace sentir mal por haber reaccionado de un modo tan poco cortés. Así que tomo aire, admito mi falta y rompo el hielo con una disculpa:  Lo siento, no he podido evitar sentir pánico, la idea de estar muerto no es precisamente reconfortante.  Su rostro se ilumina como si nada hubiese pasado, haciéndome entender que acepta mis disculpas, lo cual me anima a seguir afianzando nuestro entendimiento:  ¿Cómo te llamas? – Le pregunto sonriendo afable.

– ¡Ébano! – Declara con orgullo. Al oír su nombre, no puedo evitar pensar que con una piel tan negra como la suya el nombre le viene como anillo al dedo. Esta impresión es interrumpida por un fluir de imágenes confusas en mi mente. Posibles ecos de una vida anterior o simples residuos de recuerdos inhibidos. Me dejo llevar por ellos y exclamo entusiasmado:  ¡Estas en mi mente! ¡El recuerdo se muestra turbio como un sueño diluido al alba, pero me consta que eres tú! En él, me besas antes de alzar el vuelo con unas curiosas alas… No sé que significa, pero intuyo que puedes ayudarme a entenderlo.

Ella vuelve a reír. – No hay mucho que entender. – Comenta mientras brotan de sus omoplatos unas ramificaciones que se distribuyen en un entramado perfecto. Sobre el cual, se despliegan y afianzan un conjunto de membranas que dan lugar a dos enormes alas, similares, en forma y color, a dos gigantescas hojas de parra.

Me quedo perplejo:  ¡Tú no puedes existir! – Exclamo  ¿Por qué no? – Replica ella con el ceño fruncido.  ¡Porque eres producto de mi imaginación! – Sentencio convencido. – Soy algo más que eso. – Masculla molesta.

– ¡Debo estar soñando! ¡Creía haber despertado de la pesadilla pero sigo atrapado en ella! ¡¿Qué me está pasando?! – Me lamento en voz alta.

 No te atormentes. Las cosas pasan por algún motivo. Ahora estas aquí y eso debería bastarte. Soy consciente de que no sirve de consuelo, pero has de admitir, que el simple hecho de existir ayuda a adquirir cierta seguridad. La conciencia es una herramienta poderosa si haces buen uso de ella. A fin de cuentas, que otra cosa te queda. Ya habrá tiempo de plantearse otras cuestiones. Dime qué recuerdas…

A pesar de no estar en uno de mis mejores momentos, advierto, que el espíritu de la contradicción anida en sus palabras. Por otro lado, su timbre de voz, ha ido dejado progresivamente de ser metálico a medida que se ha ido desinhibiendo. Sorprendiéndome gratamente con una refrescante tonalidad femenina que aporta cierto toque de normalidad a esta alucinación.

– No sé… Recuerdo la oscuridad que me trajo aquí, antes de eso, nada.

– ¿Estas seguro? Eso no es del todo cierto. Te has acordado de mí. Si no tienes memoria ¿Cómo puedes recordarme? – Calla, me analiza y luego, con una chispa de tristeza en los ojos, prosigue:    Es posible que recuerdes más de lo que crees. Tiempo al tiempo. La mente posee engranajes complejos. No conviene forzarlos. Por lo pronto, si quieres seguir vivo, te sugiero que salgas de los Campos lo antes posible. Las Recolectoras no tardarán en llegar. Si sigues las corrientes de aire que genera la Gran Cúpula te será fácil encontrar la salida.

Sus palabras me alarman. – ¡No te entiendo! ¿Vas a dejarme? ¿Por qué te vas? – Pregunto con el corazón en un puño. – ¡No me estás escuchando! – Me reprocha ella. – ¡Es que no vas a ayudarme! – Pregunto con desesperación, sin entender porque me siento tan vulnerable. – ¡Ya te he ayudado! – Responde clavándome la mirada. – ¿Qué quieres decir? – Insisto – ¡Yo te saqué de las entrañas de la oscuridad! – Termina aclarando, desviando la mirada con gesto incómodo.

El corazón me da un vuelco, y con un hilo de voz acierto a decir:  No fue un mal sueño…

La criatura se pone en pie, y por razones obvias, si quedaba en mi alguna duda sobre su sexo desaparece al instante. Se da la vuelta y camina unos pasos bamboleando sus caderas. Se detiene, se gira para mirarme por última vez, y asintiendo con la cabeza recalca ante mi incredulidad:  Sí, todo fue real. – Y aun sabiendo que a estas alturas debería haberlo asumido, no salgo de mi asombro. ¡Es todo tan inverosímil! ¡No puede estar pasando!

– ¡No olvides que no debes quedarte en los Campos! – Me recuerda antes de alzar el vuelo con sus curiosas alas de aspecto vegetal. Dejándome atrás, sentado en un mullido lecho de musgo dorado, con la mirada fija en su graciosa figura disminuyendo en la distancia, y una sensación de abandono difícil de ignorar.

Resignado, la veo fundirse en un perfecto horizonte de tonos violáceos, y acto seguido, me desplomo de espaldas sobre el lecho natural por puro agotamiento, sin oponer la más mínima resistencia al sopor que lo acompaña.

– Oscuridad, solo veo oscuridad…

Procesando…
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Caída y Resurrección


No es nada fácil emular al ave Fénix. Resurgir de las cenizas en proyección ascendente al firmamento envuelto en llamas purificadoras. La resurrección no es tarea sencilla. No basta con lamerse las heridas. Recomponerse requiere tiempo. Reunir los pedazos esparcidos y hacer que encajen del mismo modo es imposible. Una vez te has roto nunca vuelves a ser el mismo. Te transformas en otra cosa. Te reinventas por pura necesidad de supervivencia y el resultado consecuente no deja de sorprenderte. Aunque tu aspecto físico no se aleje de lo que siempre ha sido, no te reconoces ante el espejo. ¿Quién será ese que habita ahora en tu cuerpo?… Nuevamente, deberás aprender a conocerte, a saber hasta donde puedes llegar, no sea que vuelvas a caer y tus pedazos se esparzan por doquier.

Vivir es cambiar, evolucionar de un modo u otro, marcar objetivos, metas a alcanzar, dicho de otro modo, tener razones para existir. Lo curioso del caso, es que esas mismas razones suelen ser las causantes de nuestras caídas en picado al vacío. Por ello, recomiendan que establezcas metas a corto plazo y, a ser posible, no demasiado ambiciosas, ya que el grado de decepción se mide por el tamaño de la aspiración. Supongo que esa premisa dependerá del nivel de aguante de cada uno. Si eres capaz de resistir los impactos de las caídas con entereza podrás afrontar retos mayores que si te hundes a la primera de cambio. Aun así, si un Dios joven tarda tres días en resucitar… ¿Cuánto se supone que tarda un mortal?…

Que gran proeza esa de resurgir de las cenizas, sacudirse el polvo del camino y sonreír como si no hubiese pasado nada. Ante esa perspectiva quién se reprime a la hora de alcanzar sus sueños. Los más inalcanzables suelen ser los más atrayentes. Cuesta ignorarlos. Sus sugerentes propuestas nos atraen como insectos a la miel, eso si, siempre con la sombra de la frustración siguiéndonos los pasos. Repulsiva ave carroñera que se relame ante la posibilidad de un nuevo fracaso, momento en el cual, aprovecha para nutrirse con nuestro dolor, frenando la ascensión del purgatorio al que somos catapultados según nuestro grado de ambición.

No, no es nada fácil emular al ave Fénix, pero tampoco lo es ignorar la seductora llamada de nuestros sueños. Somos títeres de nuestros anhelos, pero sin ellos, somos cascarones insulsos, amasijos de células desplazándose por inercia en un mundo plagado de sugerentes expectativas. Así pues, nunca dejare de soñar, de estrellarme y caer para luego resurgir envuelto en llamas purificadoras, felizmente preso en este bucle hasta el fin de mis días.

Procesando…
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Allí Donde Nacen Los Sueños 1º


Capítulo 1

El Despertar

Oscuridad, allí donde miro solo veo oscuridad. Como si un inmenso y tupido manto lo cubriera todo. Envuelto en él, a tientas, intento desplazarme, adherirme a algo, lo que sea, que me aporte sensación de estabilidad. No siento el suelo bajo mis pies. Pataleo en vano. Consumo tiempo y energía sin obtener nada a cambio. No sé dónde me encuentro e ignoro cómo he llegado aquí. Floto a la deriva en un espacio vacío, huérfano de luz y enemigo del calor, limitado por una resistencia similar a la que ejerce el agua al ser atravesada por un cuerpo. No obstante, al margen del malestar que experimento, respiro, luego… no me hallo sumergido aunque pudiese jurar que así fuera.

Suspendido en el vacío, oigo susurros plagados de palabras que inducen al sosiego. Macabro arrullo en los oídos de este insecto atrapado en un jugo dulzón, bajo cuya superficie inocua, se prevé un fondo oscuro de naturaleza cruel.

Dichos susurros se tornan voces que con inquietante amabilidad me invitan a cerrar los ojos y sumergirme en el olvido. Sin embargo, pese al atractivo inducido en dicha sugerencia, no consiguen persuadirme. Por lo que contrariadas ante a mí firmeza, optan por sincronizarse, aumentando el tono.

Mi corazón se acelera. Siento sus latidos golpear con fuerza contra mí pecho. Me cuesta respirar. ¡Necesito salir de aquí! Con los ojos desorbitados, escudriño en el vacío, y aún siendo consciente de la futilidad de mis intentos, reanudo mi pataleta, dando zarpazos al vacío hasta perder la noción del tiempo.

A punto de desfallecer, este desesperado empeño por alcanzar la libertad, se ve milagrosamente recompensado por mi olvidado sentido del tacto; el cual, asentado en la yema de mis dedos, me transmite la certeza de haber rozado algo. Gracias a esa nimiedad, se reaviva en mí la chispa de la esperanza.

Procurando mantener la calma, cambio de estrategia. Abandono las pataletas y me aventuro a desplazarme. No resulta fácil. Me muevo con lentitud aunque no sea esa mi intención. Es como ir contracorriente en el sentido más estricto y literal de la expresión.

La ausencia de luz y el entorno insólito, entorpecen notablemente la incursión, a pesar de ello, no ceso de dar interminables brazadas hasta colisionar en un momento dado con una inesperada barrera. Con ciertas reservas, extiendo el brazo arriesgándome a tocarla. Palpo con timidez su superficie. Al tacto, se muestra blanda, rugosa y cálida. Intuyo que es de materia orgánica aunque dicha sospecha sea perturbadora.

Curiosamente, las voces cambian de actitud acorde con los acontecimientos, suben una octava y se tornan imperativas. Por mi parte, ajeno a sus apremios, medito unos segundos antes de continuar. Concluyendo en deslizarme paralelamente a la citada barrera, alentado por el anhelo de hallar alguna grieta o fisura que me proporcione la libertad.

Sumido en este periplo tenebroso, buceo cauteloso procurando eludir la densidad de esta sustancia, la cual, parece aumentar por segundos. No es que el líquido, o lo que sea, que me rodea se esté condensando, simplemente, me fallan las fuerzas.

Transcurrido un tiempo, me percato de que la barrera parece no tener fin. Quizá, esté dando vueltas en círculo. Pero… ¿Cómo saberlo con certeza?…

Las voces cambian nuevamente tornándose en gritos. Estos, se pisan unos a otros en un galimatías frenético y ensordecedor que pasa del acoso verbal a la intimidación en cuestión de segundos. Siento la imperiosa necesidad de taparme los oídos, pero no sirve de nada, es como si estos brotaran de lo más recóndito de mi cerebro. 

– «¿Por qué reaccionan así?…» –

– «¿Tal vez esté cerca de la salida?…»-

Lamentablemente, mis cavilaciones se ven interrumpidas sin previo aviso por un dolor agudo en el pecho que me paraliza y me hace perder la conciencia. Experimento una intensa sensación de descenso, y en el proceso, la algarabía de gritos que acribillaban mis tímpanos, disminuyen el volumen, dando paso al silencio más absoluto. Fundido con la nada, el dolor desaparece, la respiración se detiene y la luz de mis ojos se apaga clavando el vacío de sus pupilas en el infinito. El silencio y la ausencia de sensaciones parecen frenar el tiempo. Exhibiendo mi cuerpo inerte, despojado de su chispa vital, flotando esperpéntico a la deriva en algún punto indeterminado de esta oscuridad.

Del silencio brota una voz nueva. Su vibración suave y dulce es bálsamo para mis oídos:

– Tranquilo. Todo va a salir bien. –

Con el reconfortante eco de esas palabras vuelvo en mí con extrema lentitud, como si fuera a cámara lenta. Abro los párpados y… ¡la oscuridad sigue ahí!

De súbito, todo se acelera frenéticamente, bombardeándome con imágenes de una crudeza repulsiva producto de mi pasado más inmediato. Colocándome irónicamente justo en el mismo lugar en el que me hallaba antes de desvanecerme. Con la excepción de que ahora las escurridizas barreras se ciernen sobre mí.

No sé cómo, al perder la conciencia, el oscuro lugar en el que flotaba, menguó hasta retenerme en una especie de burbuja con tendencia a seguir disminuyendo el escaso espacio que presumiblemente aún queda a mí alrededor.

El pánico se apodera de mí. Sin perder tiempo, apoyo brazos y piernas en sus paredes con la previsible e ingenua intención de detenerlas. Mis miembros se hunden en su superficie como si fuera de goma. Esta elasticidad inesperada me sobrecoge. Se diría que la omnipresente membrana que me envuelve acelera su contracción acorde con la intensidad de mis estímulos.

No consigo mantenerme erguido. Intento ganar tiempo flexionando las piernas y clavando las rodillas por un lado mientras hago presión con las manos y los codos por otro. Pero con ello, solo consigo acabar de rodillas con la cabeza gacha, sin que la supuesta esfera deje de menguar.

Tras incontables intentos fallidos, termino en posición fetal, completamente aprisionado en un envoltorio que no me permite mover ni un dedo, y aun así, sigue oprimiéndome sin piedad. Quiero gritar, pero el pánico y la escasez de espacio me lo impiden. Esa sustancia elástica y carnosa está tan pegada a mí que se diría que somos una misma cosa.

Como una desmedida anaconda relamiéndose ante su festín, ciñe el envoltorio hasta no poder más. Los codos se me clavan en las costillas haciéndolas crujir. La caja torácica se resiente y los pulmones pierden espacio para dilatarse. La presión ejercida por este organismo alcanza límites insospechados. 

– «¡Ha de haber un modo de salir de aquí!» – 

Los huesos comienzan a sonar uno tras otro armonizando este espectáculo macabro. Me hallo demasiado agotado y aturdido para poder reaccionar. Un predecible sonido seco en mi nuca anuncia el golpe de gracia y finaliza el sufrimiento. Se repite el estado de paz interior. Vuelvo a caer en el pozo sin fondo y en dicho descenso imploro:

– «¡Déjenme morir!» –

Milagrosamente, después de haberlo deseado hasta la saciedad y haber perdido toda esperanza, diviso una luz distante, minúscula, parecida a una estrella. Esta, a pesar de la lejanía, hace uso de una poderosa tracción gravitatoria, que me atrapa y me atrae hacia ella.

Dicha situación acelera mi caída libre, ganando velocidad progresivamente a medida que el vacío que me separa de ese faro en mitad de la nada disminuye. Dejando tras de mí, una estela de vida sin vivir que se desintegra a modo de cola de cometa predestinado a colisionar irremediablemente con el destino que le impone su trayectoria.

La citada luz minúscula, crece a medida que me acerco a ella. Pasa de ser un punto en la distancia a convertirse en un sol descomunal que casi lo cubre todo. Su luz intensa, cegadora por momentos, emite ondas cálidas. Grata brisa que reconforta a este cuerpo erosionado por las inclemencias del frío de las tinieblas.

Atrás, casi difuminado por el espacio, se adivina un punto oscuro y diminuto del que nada quiero saber. Ante mí, nace un nuevo horizonte, en el cual, se materializa un agujero demencial del que emana una luz tan poderosa, que atraviesa la membrana de mis párpados, obligándome a apartar la cara.

Llegado a este punto, poco o nada puedo decir. Los acontecimientos se desarrollan a demasiada velocidad. No hay tiempo para pensar o sentir nada. Ese inmenso remolino de luz incandescente que se halla ante mí, se abre como una gigantesca boca que absorbe todo lo que se encuentra a su paso engulléndome con la mayor de las simplezas.

Procesando…
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