Capítulo 3
La Brecha
Oscuridad, fría y silenciosa oscuridad plagada de estrellas. Que junto a escasos pigmentos gaseosos, diseminados y distantes, dan un parco toque de color a esta desabrida nebulosidad. Armonía primigenia, en la que el único cambio perceptible lo genera la intrusión de algún cometa ocasional. Salvo hoy, en el que una súbita sacudida en la membrana del espacio profundo profana este lienzo ancestral. Dando lugar, a la repentina aparición de una barcaza estelar.
Nébula-578, en su ronda número 7499, ralentiza su marcha silenciosa e imponente. Acomodando, con precisión matemática, la velocidad de crucero a las nuevas e inhóspitas corrientes espaciales. Mientras, los tripulantes, ajenos a su meticuloso ritual de recopilación y transmisión de datos, viajan dormidos en sus correspondientes cápsulas de animación suspendida.
Tras su expeditiva adaptación al nuevo entorno, se centra en realizar varias tareas rutinarias en el cuadrante. Transcurridas unas horas, localiza un potente destello en una coordenada, en la que supuestamente, no debería haber nada. Por lo que, siguiendo los protocolos establecidos en su programación, reconfigura los controles de navegación y se dirige a la supuesta anomalía.
En breve, avista una enorme brecha en el espacio, de la que emanan incontables rayos electromagnéticos. Sin detener su marcha, activa el código de reanimación en las cápsulas de criogenización. Acto seguido, amplia al máximo su potente escáner, haciendo un barrido más detallado de la escena. Consiguiendo con ello, detectar algunos cuerpos inertes que se cruzan en la trayectoria de los citados rayos.
Ya próxima al suceso, constata, que dichos cuerpos son naves abatidas. Por lo cual, activa las alarmas, y eficiente, invierte los propulsores para detener su avance. Pero no se detiene. Consecuente, incrementa a demanda la potencia de los reactores de tracción. En los paneles de la cabina de mando se encienden un centenar de luces rojas. Estas, alertan una peligrosa subida de los niveles de radiación. Las cápsulas de los tripulantes se van abriendo por pares, siguiendo un orden cronológico, en paralelo, de un lado a otro de un largo pasillo acolchado de blanco; como si los hechos que acontecen no repercutieran en ellas en modo alguno.
Con los reactores a plena potencia, la barcaza estelar comienza a vibrar violentamente. Evidenciando, que el arrastre gravitatorio de la brecha la supera. Aun así, persiste en su empeño, cruza el límite de sus capacidades en un acto de heroísmo impropio de una máquina, y reconduce toda la energía existente en su ser hacia los propulsores. Pero estos, que ya no pueden dar más de si, explotan generando enormes grietas en su casco. El frío espacial no duda en abrirse paso al interior de la misma. Petrificando, con una gélida y arrolladora corriente de aire, a los incautos tripulantes, que se desperezaban del letargo, en mitad de su metódico proceso de reanimación.
Por azar del destino, una de las cápsulas no llego a abrirse. En ella, una testigo muda, no da crédito a sus ojos: – ¡¿Será verdad lo que estoy viendo o es una ensoñación?! – Se pregunta sobresaltada.
La nave, a pesar de poseer un magnifico repertorio de probabilidades para hacer frente a estos imprevistos, se ve colapsada por el exceso y la rapidez de los mismos. El frío espacial, ahora asentado en sus placas y procesadores, merma sus capacidades, impidiéndole detectar las señales de vida procedentes de la única cápsula intacta.
La Oficial Científica, Eva.M52, atrapada en su interior, se afana en teclear una serie de códigos en la pantalla táctil situada en la tapa de su cápsula. Desesperada, persiste en acceder al ordenador central para liberarse de su prisión. Pero este no responde. Impotente, se deja arrastrar por un ataque de histeria que la lleva a gritar, patalear, llorar, y finalmente, reír con ironía; recordando, con lágrimas recorriendo sus mejillas, cuanto deseaba en la Academia Espacial vivir situaciones limite como esta en el espacio profundo.
Nébula-578, irreversiblemente dañada, envía mensajes de ayuda en todas las frecuencias, hasta ser alcanzada por uno de los tentáculos electromagnéticos de la brecha. Sumándola al instante, al conjunto de cuerpos inertes adheridos a la telaraña encendida de este tétrico cementerio espacial.
Eva, siente descender los generadores de energía de la nave. El silencio y la oscuridad sepulcral que les preceden encogen su alma. Viéndose perdida, se deja abrazar por la resignación. Suspira angustiada y acaricia con suavidad su vientre, lamentando enormemente, que la vida concebida en él se vea truncada de esta manera.
Así pues, se ve pasando sus últimas y largas horas de lenta agonía, hablando con su hijo no nacido. Contándole, con ternura, todas las cosas que podrían haber hecho juntos, lo feliz que podría haber sido, y lo mucho que le entristece haberle expuesto a estos peligros. Cuando ya no le queda nada más que decir, tararea una nana hasta enmudecer aletargada.
Siente que se le va la vida. Pero antes de que sus ojos vidriosos terminen de apagarse, ve, a través del cristal de la tapa de su cápsula, una forma borrosa que se le aproxima.
Demasiado sedada para cuestionar nada, oye una voz en su cabeza que le dice: – «¡No queda tiempo! ¿Quieres venir conmigo?» – ¿Qué sentido tiene? Si abres la cápsula moriré igualmente. – Piensa ella. – «Sentí tu dolor. He hecho un gran esfuerzo plegando el plano de la realidad para llegar a ti. En segundos seré reclamado por mi lugar de origen. ¡Decide! ¿Quieres venir conmigo?» – Apremia – Pero… ¿Y mi hijo? ¿Qué será de la criatura que crece en mí? – Interroga sin gesticular palabra. – «¡No hay tiempo!» – Apura la voz en su mente.
Un tenso silencio expectante la abruma. Duda, ama a su hijo, quiere vivir, se devanea flagelada por un agudo sentimiento de culpa antes de rogar: – ¡Sí! ¡Por favor! ¡Sí! ¡Sácame de aquí!
Acto seguido, siente que la cogen de la mano y que un poderoso remolino tira con fuerza de ellos. Arrastrándolos a una velocidad vertiginosa por un túnel de luz cegadora. A penas puede girar la cara para ver quién o qué la guía en este viaje. Solo puede mirar atrás, y ver, como la nave se pierde en un círculo negro que disminuye hasta desaparecer. Percatándose, con ello, de una pequeña figura que les sigue a cierta distancia.
Unos ligeros tirones en el ombligo, le hacen mirar y descubrir, que de él brota una cuerda dorada y transparente que se extiende, alejándose, hacia la curiosa figura. Su avispado instinto le dice que ha abandonado su cuerpo y que el alma de su hijo es la que les sigue, enlazada al otro lado de la cuerda. Desbordada por la alegría, no duda en usar la mano que le queda libre para ir enrollando la cuerda en su muñeca, con la esperanza de atraerlo hacia ella lo máximo posible. Pero repentinamente, la cuerda desaparece llevándose al niño con ella. – ¡¡NOOOO!! – Grita quedando en estado de shock. Pero el ser que la transporta, indiferente, no detiene su marcha.