Capítulo 10
La Reina Madre
Una vez dentro de la esfera, la niña se sienta en su regazo, y sin perder la espontaneidad, pregunta con una chispa de preocupación en la mirada: – ¿Por qué no se puede salir? – No te asustes preciosa, solo bromeaba, tú si puedes salir pero no por el portal por el que has entrado. – Le responde la Reina. – ¡Ah bueno! – puntualiza la pequeña y casi sin respirar continua: – ¿Y ahora qué? – Si lo deseas puedo contarte como llegue aquí – Propone la Reina Madre. – ¡Vale! – Asiente la niña. – Pues que así sea – Sentencia la Reina antes de comenzar a narrar su historia.
– Hace mucho tiempo… – ¿Empiezas como si fuera un cuento? – Interrumpe la niña – ¿No te gustan los cuentos? – Pregunta la Reina sin dejar de sonreír – ¡Me encantan los cuentos! – Responde la pequeña entusiasmada – Bueno, en ese caso, continuaré:
Hace mucho tiempo, eones atrás, las Melíferas proliferábamos por todo el universo. Ello era debido a la capacidad que poseían nuestras alas para transformar la materia. Por ejemplo, podíamos convertir la oscuridad en luz y emplear esta última para transformar la materia inorgánica en orgánica. Dichos procesos liberaban una gran cantidad de oxígeno molecular en la atmósfera, favoreciendo nuestro ciclo biológico y garantizando nuestra perpetuidad en un escalafón privilegiado de la escala evolutiva.
Durante siglos, fuimos las únicas poseedoras de esa capacidad. Por lo cual, se nos consideraba un eslabón imprescindible en el ciclo de la vida. No obstante, con el tiempo, empezaron a surgir de los caldos de cultivo de la madre naturaleza, nuevas entidades biológicamente menos complejas, que, al igual que nosotras, podían llevar a cabo dicha transformación. Simplificando el proceso de un modo hasta entonces inimaginable y relegándonos, en consecuencia, al olvido.
Marginadas por nuestro entorno natural, caímos inexorablemente en el foso de la extinción. Viéndonos obligadas a migrar a lugares excesivamente cálidos a los que nos resultaba imposible adaptarnos. Por lo que empezamos a enfermar progresivamente. Innumerables Melíferas, cuyos cuerpos putrefactos se resecaban al sol, sirvieron de pasto para las especies carroñeras. Es más, una gran mayoría permitían que el destino al que estaban abocadas les alcanzara sin oponer la más mínima resistencia.
En aquel entonces yo era joven y arrogante. No estaba dispuesta a morir. Era una idea estúpida. Lo prioritario era sobrevivir sin más planteamientos. Había que hacer algo, lo que fuera, para perpetuar la especie. Por lo que, con el fin de proteger a mi Reina Madre, me uní a un grupo de valientes con las que resistí durante años las inclemencias de las zonas cálidas, aferrada con obstinación a la vida.
Dicha situación duró más tiempo del que puedo recordar. Hasta que un día, en el que el sol nos flagelaba con una inusual y mortífera ola de calor, la Reina exhalo una bocanada de aire y se desplomó abandonando su mortaja. Llevándose consigo toda esperanza. Abatidas por su pérdida, el reducido grupo de Melíferas que aún permanecíamos a su lado, nos dispersamos.
Deambule día y noche sin rumbo por aquellos parajes secos y homogéneos. Perdida toda esperanza ¿que otra cosa podía hacer? Hallé refugio en una fría gruta. Me dejé caer sobre su abrupto suelo y deseé morir maldiciendo mi suerte.
Así, permanecí hasta que el sueño y el agotamiento se apoderaron de mí.
No sé qué me impulsó a despertar. El caso, es que al abrir los ojos, descubrí maravillada una extraña luz en forma de esfera, levitando entre estalactitas fosilizadas, que brillaba como un sol minúsculo de color azul blanquecino. Movida por la curiosidad me dispuse a acercarme para tocarla, pero antes de que pudiera tan siquiera rozarla, alguien, oculto entre las sombras, interrumpió ese momento mágico dirigiéndose a mí con una voz profunda y fría retumbando en el interior de mi cabeza: – «¿Te gusta lo que ves?…«
Alertada, me volví para plantarle cara. Una Melífera que se precie de serlo no se amedrenta ante nada. – «¿Es hermosa verdad?…» – Sin bajar la guardia pregunté: – ¿Qué es? – «Es mi compensación. Tras nutrirme innumerables veces de los sueños de los durmientes, he conseguido hacerme lo suficientemente fuerte como para generar mis propias brechas en el Nexus. Ahora soy libre para viajar en el espacio y en el tiempo, más allá de sus barreras. Mi gratitud hacia mis benefactores involuntarios será eterna. Les brindaré las mejores imágenes de las infinitas posibilidades que se presentan actualmente para mí…«
Oculto en las sombras, me aburría con su pausado monólogo. Quizá, esperaba hallar en mí un confidente digno. Alguien capaz de entender la grandeza de su proeza. Pero yo no le escuchaba. Concentrada en localizar su ubicación, sondeaba todos los recovecos de la citada gruta con la clara intención de deshacerme de su compañía, no grata, al estilo poco ortodoxo de las Melíferas.
De ese modo, afinando mis sentidos, me repetía una y otra vez: – “Sigue hablando, sigue hablando…”
Anulando todo sonido que pudiese distraerme de mi objetivo, pude localizar, con una excelente precisión, su posición. Tan clara la tenia, que casi podía adivinar su silueta en la oscuridad, por lo que, sin dilación, me abalancé sobre la presa con mis garras y colmillos listos para desgarrar.
El impacto fue terriblemente doloroso. Mi frente sangraba. Aturdida lance varios zarpazos al vacío hasta comprender que no había nada a lo que golpear. No conseguía entender lo sucedido. Era imposible herrar un ataque tan claro. A no ser… que allí no hubiese nada. Aterrada pregunté: – ¡¿Quién eres?!
– «No malgastes energía, las criaturas Súmmum somos intangibles.«
Retrocedí consciente de que no era rival para él. – ¿Qué quieres de mi? – Me atreví a decir con un hilo de voz.
– «No estoy aquí por ti.» – Respondió con indiferencia.
– ¿Pues que te ha traído a este lugar?
– «Su Luz. Su deliciosa luz».
– ¿Qué tiene de delicioso la luz?.
– «¡Todo! Para mi todo. Soy un ser de la oscuridad, la luz es mi nutriente, la necesito para vivir.«
– Si tanto te gusta ¿porqué te escondes? sal fuera, date un festín.
– «¡Oh! sí, ojalá pudiera, pero no es posible. La cantidad que puedo asimilar es mínima. Lo normal es que me surta de la luz que emanan los sueños de los durmientes. No obstante, en uno de mis múltiples viajes, una de mis brechas me transportó aquí. Quede maravillado y a la vez saciado por lo que decidí volver siempre que me fuera posible.»
– ¡Muéstrate! – Le desafié, hastiada de oír su verborrea.
Entonces, de las sombras, surgió una criatura de piel albina, lisa y limpia, sin un solo vello en el cuerpo. Carecía de rostro. En su faz solo había unas cuencas en las que flotaban unas luces a modo de pupilas color rojo encendido. – ¿Qué eres?…
– «Ya te lo he dicho, soy una criatura Súmmum que se ha liberado de sus cadenas. Ahora estoy en todas partes y en ninguna. No hay secretos para mi. Todas las mentes están a mi disposición, inclusive la tuya. Sé que eres la última superviviente de tu especie. Siento tu coraje, tus ganas de vivir, y a la vez, tu desesperación al no poder burlar a la muerte. Sé que me matarías sin contemplaciones si pudieras y que abandonarte a tu suerte sería lo más sensato por mi parte. No obstante, tu belleza y tus cualidades como depredadora me fascinan. Es la primera vez que me cruzo con una forma de vida como la tuya. No puedo evitar sentir una ferviente admiración. Dichos sentimiento me hace vulnerable, pero no me importa. He decidido dejarme arrastrar por ellos y ayudarte a encontrar un lugar mejor en el que puedas perpetuar tu raza.»
– ¡Déjate de rodeos. No me sobra el tiempo. Si quieres que te entienda has de ser más concreto! –
– «Te ofrezco un mundo donde podrás tener una segunda oportunidad.«
– ¿Cómo se llega a ese lugar?
– «Para nacer primero has de morir. Te explico. Mi función en el orden de las cosas es el de reubicar almas perdidas a cambio de un poco de luz de vida latente en el aura de sus mortajas. Dicha función me otorga la capacidad de desplazar un alma de un lugar a otro siempre que ésta abandone su receptáculo. Podría recoger tu alma y depositarla en el Nexus un lugar en el que las almas abandonan su estado etéreo tomando forma corpórea.«
– ¿¡Deseas que muera!? ¡Te aseguro que no moriré sin lucha! – Mi amenaza provocó en él una carcajada sincera, luego aclaró: – «No esperaba menos de ti. La cuestión es que no te queda mucho tiempo de vida. Tú lo sabes y yo lo sé. Lo que te ofrezco no es tan descabellado. Deja que sea yo quien recoja tu alma antes de que el ángel oscuro se adueñe de ella y te aseguro que vivirás para siempre.«
Guardé silencio durante un buen rato sopesando los pros y los contras. Era evidente que esa criatura sabía demasiado sobre mi. Quizá fuera verdad eso de que estaba unida a todas las mentes. Aunque me costase creerlo. La cuestión era, que ciertamente, mis horas estaban contadas. Sólo me quedaba esperar a que llegara el fin.
– «¿Que decides guerrera?» – Inquirió, interrumpiendo mis cavilaciones con una impaciencia que no había notado hasta el momento.
– ¿Y si rechazo tu oferta?
– «Me iré sin más, no puedo transportar tu alma si no me das tu consentimiento, has de estar dispuesta a abandonar tu mortaja.«
– En ese caso… acepto. – Le respondí sin darle más vueltas.
Así pues, tan pronto terminé de hablar, experimenté una intensa sensación de vacío. El tiempo se ralentizó en una caída vertiginosa que me despojo del cuerpo y me sumió en las sombras. Donde una voz serena y distante me arrulló en mi lúgubre descenso hasta que el silencio se adueñó de todo. Justo en ese momento recuperé la conciencia y me aventure a abrir paulatinamente los ojos.
Oscuridad. Solo vi oscuridad. Horrorizada tome conciencia del engaño. Esa extraña criatura me había transportado a un lugar carente de vida, frío y oscuro. Flotando a la deriva en las profundidades de la nada sentí como se encogía mi alma. Desolada creí morir. Pero, por azar del destino, mis facultades innatas para transformar la materia acudieron en mi auxilio. Activándose tras percatarse de la hostilidad del entorno y creando una burbuja de oxígeno en cuyo núcleo me sentí a salvo. Pero no por mucho tiempo. La energía liberada en el proceso despertó a la oscuridad de su letargo. Ésta, aplastada contra las barreras gaseosas de mi refugio empezó a bullir, expeliendo unas pompas pastosas que al eclosionar liberaron cientos de minúsculas larvas blancas, que movidas por una imperiosa necesidad de consumir luz se abalanzan ansiosas sobre mí, envolviendo mi receptáculo.
Instintivamente, mis alas abiertas de par en par, absorbieron los componentes oscuros del agresor, devolviéndoselos transformados en una cegadora y ardiente andanada de energía lumínica. Incinerando a su paso a la avanzadilla de larvas, colisionando violentamente contra el punto de inflexión que nos separaba y generando chispas en un número indefinido de partículas que flotaban inertes en el entorno. Electrones y neutrones comenzaron a unirse formando átomos, y estos, a su vez, moléculas. Dando lugar a una masa de componentes más pesados que se aglutinaron hasta formar una costra rocosa extremadamente caliente sobre la superficie de la burbuja gaseosa que me envolvía.
Agotada me detuve para tomar aliento. Levitando en mi núcleo protector me percaté de lo holgada que había quedado la esfera en el ardor de la contienda. Las rocas que la envolvían se habían cristalizado debido a las altas temperaturas que el fenómeno había generado. Creando una barrera que la oscuridad no podía atravesar y concediéndome una tregua que me permitió caer rendida en un profundo sueño.
Nuevas e incontables larvas blancas remplazaban a las que morían intentando acceder al interior. Impactaban en el exterior, como una lluvia de granizo, en una segunda y definitiva oleada que parecía no acabar. Consiguiendo que nuevamente se activase de forma instintiva, a modo de defensa, la capacidad de mis alas para transformar la materia. Generando un cóctel primigenio de gases, que transcurrido un tiempo atrapados en el interior de mi prisión, dieron lugar a una especie de atmósfera. Facilitando la aparición de agua, la cual dio lugar al nacimiento de organismos que fueron a su vez modificando el ambiente, evolucionando y reproduciéndose hasta llegar a conformar el Nexus que ahora conoces.
Durante la segunda andanada permanecí sumida en un profundo letargo. Al despertar, quedé maravillada con la belleza del lugar que había surgido de la nada. Aturdida aún por el largo descanso, me llevé la mano a la sien, cerré los ojos y dejé escapar una bocanada de aire. Acto seguido decidí explorar el nuevo mundo que se mostraba ante mí. Pero… ¡horror! no pude. Atónita lo intente una y otra vez, hasta comprender que había quedado confinada en el núcleo del Nexus.
– «¡Eres fabulosa! Sabía que no me defraudarías.» – Me dijo el ser paliducho y rastrero mientras aplaudía orgulloso de sí mismo.
– ¡Tú sabías que esto pasaría! ¡Me Mentiste! – Le imputé encolerizada, aunque a él, más que ofenderle parecía alegarle, animandole a seguir hablando: – «Así es. No ha sido fácil, lo admito. Omití algunos detalles pero no te mentí. Dije que te traería al Nexus y así lo he hecho.«
– ¡De que Nexus me hablas! ¡Antes de que llegara aquí no había nada! ¡Lo que ahora ves ha surgido con mi llegada! – Le reproché encolerizada pero aquel ser nunca se alteraba. Solo me observaba y hablaba con una monotonía que exacerbaba: – «Esa era la idea. La oscuridad es la antesala de la luz. Es un campo en el que se cultivan sueños y yo el jardinero encargado de recolectar y plantar las semillas que dan lugar a esos sueño. No todas las almas brotan como ha brotado la tuya. Las entidades, en cuestión, han de reunir ciertas característica que no resultan fáciles de hallar. A mi modo de ver, tu capacidad para transformar la materia es de un valor incalculable, y el hecho de que hayas aceptado mi propuesta me llena de satisfacción. Ya que, la luz que brota de ti me servirá de abono para cultivar nuevas maravillas.«
– ¡Te odio! ¡Cuando me libere pagaras caro tu atrevimiento!
– «Es posible. He cumplido con mi parte. Ahora te toca ti cumplir con la tuya.«
– ¡Maldito! ¡Deja de hablar con acertijos!
– «Tranquila, si he de serte sincero, no tengo ningún interés en ti, en particular. Una entidad que se hace llamar, Madre, se las apañó para contactar conmigo y proponerme un suculento pacto. Yo le hacía el favor de traerte al Nexus, y ella, a cambio, me permitía quedarme con toda la luz que generases. Cómo iba a negarme. Simplemente no podía. No entiendes lo que significa la luz para mi.«
– ¿¡Por qué quería esa tal, Madre, que estuviera aquí!?
– «Solo sé, que tu presencia mantiene abierto el portal al Nexus. El por qué lo desconozco, lo que sí te puedo asegurar, es que, tarde o temprano, todo esto va a generar consecuencias. Y auguro que no van a ser buenas para nadie.«
– ¡Si eso es cierto por qué no me liberas!
– «Tengo mis motivos. Ahora he de irme. Volveré siempre que pueda a nutrirme de tu luz.»
Así, sin el más mínimo remordimiento desapareció por una brecha en el plano de la realidad. Dejándome sola y atrapada en la esfera, pidiéndole a gritos que me liberara hasta caer rendida, sin voz y sin fuerzas…
La Reina Madre detiene de forma repentina su relato. Se queda en silencio con la mirada perdida durante un rato. Luego, mira sonriendo con ternura a la niña que se ha dormido en su regazo. Acaricia su cabello pelirrojo y le dice en voz baja: – Cuando despiertes comenzaras una nueva vida, mi pequeña elegida.