Una hermosa sonrisa, como defensa, es el escudo perfecto contra las lenguas mal intencionadas. Deslumbra a quien se acerca. Seduce, atrae, distrae miradas, desvía preguntas y disipa dudas si las hubiera. Se percata de sospechas infundadas y las aclara sin llegar a las palabras. De ese modo, tal pensamiento, si es que lo hubo, es relegado al olvido, dando paso con alivio a la discreción que irradia una sonrisa.
Defecto o virtud, no deja de ser un acto de sutil elegancia. A quien le importe lo que digas o hagas regálale una hermosa sonrisa. A fin de cuentas, igualmente, dirán de ti lo que les plazca. Transformaran todo a su antojo. Sólo requieren captar un fragmento, un resuello en la distancia, un simple eco lejano de palabras fuera de contexto y la imaginación se les dispara; haciendo de un acto insignificante un suceso desconcertante.
Sí, esa es la penosa actitud de aquellos que sólo escuchan lo que desean escuchar. Aquellos para los que sólo existe su verdad. La cual, les hace aprovechar cualquier descuido, subida de tono o comentario poco afortunado, para hacer de ti el objeto de sus tergiversaciones. Pero no importa. No dejes que los acontecimientos te abrumen. Mantén la cabeza bien alta, clava tu mirada en las suyas, y obséquiales con la mejor de tus sonrisas. Porque tu sabes mejor que nadie, que lo que es saber, no saben nada. Que tu verdad está a salvo. Y eso, te cura en salud, y mantiene limpia y firme tu mirada.