Si de verdad me amas, haz de mí un libro vagabundo. Deja que pasee libre con mis relatos por el mundo. Permite que me acaricien otras manos. No les prives de tenerme. Del goce de pasar mis páginas, abducidos por las emociones que anidan en las historias que habitan en mí mundo interior. Esas residentes complacientes que se prestan generosas a compartir mis penas y alegrías en el trayecto que me toca del agridulce sendero de la vida.
No cometas la atrocidad de olvidarme en un estante apartado. De relegarme al olvido. De convertirme en pasto de insectos, humedad y polvo. No permitas que envejezca de ese modo. Solo, sin compartir miradas, sin recibir caricias, sin transmitir afecto. Encausado a ser reciclado antes de tiempo, sin la presunción de inocencia. Terminando mis días triturado y compactado en otra cosa, que, aunque útil, nunca será igual de hermosa.
No me conserves como prueba irrefutable al mérito de haberme leído. Trofeo inconsistente, si otros ignoran los secretos de mi contenido. Deja que me conozcan en otras tierras y que me lean en otras lenguas. Deja que la prolongada exposición solar amarillee mis páginas, decolore mí portada, exaltando la longevidad de los matices azules y plegando mis esquinas hacia afuera. Deja que me arrugue y deteriore por el uso desmedido en el transcurso de los años. Que, al cabo del tiempo, las experiencias adquiridas, superen a las narradas. Que la impronta de cada lector quede latente en mi fachada. Déjame ser lo que soy. Un mensajero de sueños. Un portador de realidades. Un recipiente de fantasías. Una entidad pasajera que te regala un pedazo de su vida.
Si haces lo que te pido, no me olvidaras nunca, estaré siempre contigo, en un punto indefinido donde se cruzan: vida, alma y emoción. Y si por casualidad se encuentran nuevamente nuestros caminos, al margen de mi aspecto erosionado y desvalido, revivirás con cariño las historias compartidas, y me veras, como lo que siempre he sido, un entrañable amigo.