No es nada fácil emular al ave Fénix. Resurgir de las cenizas en proyección ascendente al firmamento envuelto en llamas purificadoras. La resurrección no es tarea sencilla. No basta con lamerse las heridas. Recomponerse requiere tiempo. Reunir los pedazos esparcidos y hacer que encajen del mismo modo es imposible. Una vez te has roto nunca vuelves a ser el mismo. Te transformas en otra cosa. Te reinventas por pura necesidad de supervivencia y el resultado consecuente no deja de sorprenderte. Aunque tu aspecto físico no se aleje de lo que siempre ha sido, no te reconoces ante el espejo. ¿Quién será ese que habita ahora en tu cuerpo?… Nuevamente, deberás aprender a conocerte, a saber hasta donde puedes llegar, no sea que vuelvas a caer y tus pedazos se esparzan por doquier.
Vivir es cambiar, evolucionar de un modo u otro, marcar objetivos, metas a alcanzar, dicho de otro modo, tener razones para existir. Lo curioso del caso, es que esas mismas razones suelen ser las causantes de nuestras caídas en picado al vacío. Por ello, recomiendan que establezcas metas a corto plazo y, a ser posible, no demasiado ambiciosas, ya que el grado de decepción se mide por el tamaño de la aspiración. Supongo que esa premisa dependerá del nivel de aguante de cada uno. Si eres capaz de resistir los impactos de las caídas con entereza podrás afrontar retos mayores que si te hundes a la primera de cambio. Aun así, si un Dios joven tarda tres días en resucitar… ¿Cuánto se supone que tarda un mortal?…
Que gran proeza esa de resurgir de las cenizas, sacudirse el polvo del camino y sonreír como si no hubiese pasado nada. Ante esa perspectiva quién se reprime a la hora de alcanzar sus sueños. Los más inalcanzables suelen ser los más atrayentes. Cuesta ignorarlos. Sus sugerentes propuestas nos atraen como insectos a la miel, eso si, siempre con la sombra de la frustración siguiéndonos los pasos. Repulsiva ave carroñera que se relame ante la posibilidad de un nuevo fracaso, momento en el cual, aprovecha para nutrirse con nuestro dolor, frenando la ascensión del purgatorio al que somos catapultados según nuestro grado de ambición.
No, no es nada fácil emular al ave Fénix, pero tampoco lo es ignorar la seductora llamada de nuestros sueños. Somos títeres de nuestros anhelos, pero sin ellos, somos cascarones insulsos, amasijos de células desplazándose por inercia en un mundo plagado de sugerentes expectativas. Así pues, nunca dejare de soñar, de estrellarme y caer para luego resurgir envuelto en llamas purificadoras, felizmente preso en este bucle hasta el fin de mis días.